CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR
‘Paziencia’
Por Álvaro Abellán
2 min
Opinión14-07-2002
El maestro ve al discípulo herrar continuamente y tiende a la desesperación: no quiere que el alumno gaste el tiempo precioso que perdió él -o, peor, que nunca tuvo que consumir-, pues sabe mejor que el chico que cada vez queda menos tiempo y que el que resta pasa más deprisa. La tensión más compleja entre el que está en c y el que está en j en el abc del conocimiento es cuando el segundo ve que el primero no termina de llegar a d. Es porque el maestro cree tener todas las respuestas y no se plantea que el camino del discípulo pueda ser distinto. Quizá el discente está recorriendo otro alfabeto y, tarde o temprano, sorprenda al maestro en la p, tras un rodeo inesperado -inesperado para el maestro en la más chula j, claro-. O quizá el discípulo no ve el paso d por falta de habilidad o don -y no porque no quiera- o incluso por demérito del maestro. Es entonces cuando la presión e insistencia del profesor aventajado sólo puede hacer violencia en el honesto corazón del discípulo. La dureza del maestro debe ser hija de la pedagogía, jamás del desahogo. La ira no es maestra, sino muestra de debilidad. Como decía Tsun Zu, “el enfado es siempre ridículo”. ¡Cuántas veces el orgullo del maestro alejó al discípulo del buen camino! Pues los maestros que conocen la ley y la violan, tienen la mayor culpa, al no cumplir lo que predican, al conocer lo que no practican, al mostrar aparente hipocresía. Sin embargo, el discípulo de corazón limpio y ojos con sed de verdad perdona al maestro, pues conoce la naturaleza humana y sabe que las lágrimas y gestos de rabia e impotencia jamás nacen de la indiferencia, sino de un amor hondo y profundo. Entonces, pronuncia “bendito sufrimiento” y es cuando más sabe del amor y voluntad de su maestro. En ese instante de comprensión y perdón mutuos se instala entre maestro y discípulo la primera piedra de la paz-ciencia, rama del saber derivada del amor.
