ANÁLISIS DE CULTURA
El liberalismo llora
Por Marta G. Bruno2 min
Cultura09-07-2014
No queramos parecernos a algo para lo que no hemos nacido. Podemos intentarlo, imitarlo, leves pinceladas del modelo. Como individuo o como un todo formado en sociedad. Las raíces son tan hondas como la peor resaca. Y siempre estarán ahí para quedarse. ¿Y a qué viene la tozudez del mensaje? Existe un concepto que se tambalea entre el bien y el mal y que choca con el idealismo más añorado en momentos de pánico económico y desolación social y moral. Es el liberalismo que hunde sus raíces en su momento más glorioso el que algunos economistas y políticos tratan de hacer ver en este país. Y que choca contra el muro del derroche, que tanto ha hecho sangrar la herida, hoy convaleciente y aún con puntos de sutura. El del tremendismo del gasto social. El de un país que quiere ser gigante con pies de barro. Llueve y se desmorona porque la recuperación es lenta. Como la de un enfermo que acaba de salir del coma. Ese del que tanto le ha gustado hablar a algún político y banquero nuestro cuando nos costaba devolver lo que habíamos comprado sin dinero. El profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, Manuel Santirso, se centra en Liberalismo: una herencia disputada en esa impotencia que supone recordar la “gloriosa revolución”, o una Francia que ya no es lo que era. Esa corriente de larga tradición en Europa, esa diferencia con el concepto estadounidense. ¿Pero qué es el liberalismo más allá del racionalismo y el individualismo? ¿es una utopía el querer alcanzar esa felicidad? ¿o es un concepto que está de moda entre la clase más acomodada de la sociedad? En el fondo todos somos un poco individualistas. También racionalistas, porque las circunstancias así lo han querido. El problema es que hoy ese concepto “liberal” está en el aire. Como el que dice que es del Real Madrid sin saber muy bien por qué. El comodín que está de moda escoger. Pero que se tambalea con el ascenso fulgurante de ciertas corrientes que se aprovechan de la debilidad del enfermo para ofrecerle grandes tesoros recubiertos con un brillante y delicado papel llamado “libertad”. Esa burocracia enorme operada por enanos de la que hablaba Balzac. Pero la sorpresa no es del agrado de todos, porque detrás acecha el Estado más intervencionista que nunca, un plato de lentejas para callar al más pobre y una dictadura disfrazada de falsa democracia. Ese es el concepto que choca de bruces con el liberalismo y que cada vez enseña más sus dientes. Nuestro país, acostumbrado a sufrir, quiso imitar a los mejores. Pero no hemos nacido para eso, sino para dejarnos atraer por lo que reluce. Y que está hueco por dentro.
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Marta G. Bruno
Directora de Cultura de LaSemana.es
Licenciada en Periodismo
Estudio Ciencias Políticas
Trabajo en 13TV
Antes en Intereconomía TV, La Razón y Europa Press