ANÁLISIS DE CULTURA
Un puñado de 500.000 monedas
Por Marta G. Bruno2 min
Cultura11-06-2014
Amanece un día soleado en Algarve. En el encabezado se puede leer “5 de octubre de 1804”. Huele a mar y su tacto tiene huellas de sal. La carta describe un barco de grandes velas que se erigen tan alto que casi tocan el sol. El autor escribe una carta a su hija, a la que hace tanto que no ve que tiene serias dudas de poder reconocerla. Pero lo hace aprovechando que aún está en condiciones, como si se tratara de un cuaderno de bitácora, pretende teñir la hoja de experiencias. Para que nada se le olvide, ni a él ni a su hija. Eso si sus más de 200 compañeros se lo permiten. La vida de un marinero es muy sacrificada, y bien lo sabe ella. Lleva muchas noches frías lejos. Pero está a punto de llegar a casa, a Cádiz, tierra de sol, monopolio comercial con América, sede de la Casa de Contratación y Flota de Indias. Quiere llegar para traerle a su mujer todos aquellos tesoros culinarios encontrados. La fragata se llama Nuestra Señora de las Mercedes, como ella, de la que todos los días se acuerda. Pero sabe que el cañón puede disparar en cualquier momento. Y entonces llegó la noche. La mar está tranquila, y sin prisa el navío se acerca al Cabo de Santa María. Son las 8 de la mañana. De repente, se ordena el zafarrancho. Todo apunta a lo peor. Y se hizo la oscuridad. Y nunca pudo saber sobre su hija. Jamás habría pensado que caería mártir de los primeros compases de la Batalla de Trafalgar. Su mujer conoció esa carta gracias a Don Diego de Alvear y Ponce de León. Así supo que zarparon un 7 de agosto, que transportaban enormes riquezas, acumuladas en el río de la Plata. Él perdió a su esposa e hijos, salvo su primogénito, a quien Espronceda dedicó su elegía. ¿Qué es la vida? ¡Gran Dios! Plácida aurora cándida ríe entre arreboles cuando brillante apenas esclarece una hora. Pálida luz y trémula oscilando, baja al silencio de la tumba fría, del pasado esplendor nada quedando. Y le ardía la sangre a venganza, porque si bien no murió, Inglaterra le hizo preso. Pero lo que no sabía su compañero fallecido, de menores riquezas pero de misma o más humildad, es que aquella hija de la que hablaba había muerto víctima de ese mal vómito negro, esa fiebre amarilla que dejó la ciudad de paredes alegres teñida de dolor. Ese mismo dolor se ha transformado en una disputa insana por un gran puñado de monedas, único recuerdo de aquellas familias, muchas de ellas seguro no saben que hombres de su sangre murieron a sangre fría británica. Más de 500.000 monedas, lingotes y cañones cuya historia zarpó hace más de 200 años.
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Marta G. Bruno
Directora de Cultura de LaSemana.es
Licenciada en Periodismo
Estudio Ciencias Políticas
Trabajo en 13TV
Antes en Intereconomía TV, La Razón y Europa Press