SIN CONCESIONES
A la mierda la República
Por Pablo A. Iglesias4 min
Opinión10-06-2014
Optar entre monarquía o república en España es casi como elegir entre Real Madrid o FC Barcelona. Abrir un debate sobre qué sistema es mejor equivale a discutir sobre Lionel Messi y Cristiano Ronaldo. Las posturas son irreconciliables y, en la mayoría de los casos, predominan argumentos emocionales. Hubo un tiempo en el que apoyar al Rey era propio de adinerados conservadores de derechas y cortarle la cabeza en la guillotina era de valientes revolucionarios de izquierdas. Hubo un tiempo, cierto, pero aquel tiempo pasó. En pleno siglo XXI, el dilema debe ser distinto. Lo realmente trascendental, sobre todo en estos tiempos de crisis económica, es qué modelo de Estado es más útil, más beneficioso y más barato para todos. Nadie debería cuestionar que la monarquía resulta anacrónica. Anticuada, sí. Obsoleta, no. En un mundo globalizado, en el que las relaciones internacionales adquieren cada vez más importancia, la Corona aporta un valor añadido difícil de igualar para un presidente de la República abocado al designio de las urnas cada pocos años. El monarca ya no está al frente de la nación por designio divino, como antaño proclamaban los cortesanos. En España, no lo olvidemos, el Rey es rey porque el pueblo así lo quiso y así lo votó en 1978. Hubo democracia y la democracia escogió. Quienes ahora reclaman un referéndum sobre la continuidad de la monarquía olvidan que los españoles fueron consultados y ratificaron mayoritariamente el sistema establecido en la Constitución. Casi 16 millones de ciudadanos votaron "Sí" frente a 1,4 que prefirieron el "No". El respaldo superó el 88% y el rechazo un escaso 7,89%. Muchos no votamos por edad. Pero nuestros padres y abuelos, que lucharon a muerte en la Guerra Civil, escogieron por nosotros. Rechazar la vigencia de aquella decisión implica traicionar el legado de nuestros antepasados. Ahora podríamos volver a votar para ratificar el nombramiento de Felipe de Borbón como nuevo Rey de España. La ley suprema ni lo contempla ni mucho menos obliga a ello. Pero si abrimos el melón y se pone en tela de juicio lo que aparece en la Carta Magna, podemos empezar por la Casa Real, continuar con los sindicatos, tumbar por el medio tres o cuatro derechos fundamentales, decretar un modelo federal o suprimir las comunidades autónomas, implantar la pena de muerte y acabar con el derecho de huelga. Poner patas arriba los acuerdos de convivencia conlleva este peligro. Sabes cómo empieza pero no cómo acaba. Aún así, si damos la palabra al pueblo soberano y, como auguran las encuestas, la soberanía nacional ratifica la monarquía... ¿hasta cuándo damos por bueno el resultado? ¿cuánto tiempo respetarán lo acordado los que vociferan? Los republicanos siempre han hecho más ruido, frente al silencio frecuente de muchos monárquicos. Aunque tragaron en la Transición, han sido más hábiles y astutos en la propaganda. Pronto asumieron que tenían perdida la batalla y acuñaron el concepto juancarlismo para cuestionar la institución sin cuestionar el pacto constitucional. Se podía despreciar la monarquía y apreciar al rey Juan Carlos. Se podía anhelar la república y respetar a la vez al monarca, como si ambos entes resultaran compatibles pese a sus naturalezas frontalmente opuestas. Han sido casi cuatro décadas de suave erosión, como quien envida a chicas en una partida de mus. Paciente espera hasta la muerte o retirada del Rey que sacó al país de una dictadura y lo metió en la democracia por la puerta grande de la Historia. Ahora comienza una nueva etapa: los republicanos se sienten liberados, han levantado la veda de caza al monarca y vuelven a la carga con sed de guillotina debajo del brazo. Los que quieren acabar con el Rey tienen un argumento fabuloso. Pero solo uno. Exigen un jefe de Estado elegido en las urnas, que es justo lo que España ha tenido durante 39 largos años y va a seguir disfrutando con Felipe VI porque la Constitución estableció con claridad en 1978 que el heredero sería el actual Príncipe de Asturias. Hay notables ventajas con un rey en la más alta institución del país: estabilidad, independencia política, búsqueda del bien común, referente internacional, ecuanimidad, protección de los principios básicos, continuidad institucional, lazos diplomáticos estrechos, etc. Los inconvenientes de alcoba, que tanto se publicitan, existen con cualquier sistema. La prueba más reciente está en la vecina Francia y tiene por víctima al socialista François Hollande. Así que mientras en España haya un monarca que trabaje por su país no se necesita república. El día que resida un pelele en La Zarzuela, no hará falta convocar un referéndum. El fin de la monarquía llegará por clamor popular. Mientras tanto, existen pocas dudas de que el nuevo Rey es mejor que cualquier político a lo Zapatero, Aznar, González o Calvo Sotelo. Mientras tanto, permítanme la expresión, "a la mierda la República".
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Pablo A. Iglesias
Fundador de LaSemana.es
Doctor en Periodismo
Director de Información y Contenidos en Servimedia
Profesor de Redacción Periodística de la UFV
Colaborador de Cadena Cope en La Tarde con Ángel Expósito