IMPRESIONES
El exilio: categoría cósmica
Por Álvaro Abellán
3 min
Opinión07-04-2014
«Una antigua convicción que se ha hecho firme en mi ánimo es que […] el último fin de todo hombre es expresarse, darse a conocer, manifestar, como sea y por los medios que sean, su propia idiosincrasia, es decir, su naturaleza. La voluntad de expresión es lo que verdaderamente caracteriza al ser humano y ello porque, a través de esa expresión, se autorealiza. Esta serie de ideas que comparto desde hace tiempo se ha reafirmado con mi visita a Nueva Zelanda y la contemplación de los volcanes, porque son ellos –los volcanes– los que me han sugerido con su incontenible fuerza que también hay en ellos una voluntad –llamémosle ímpetu– de expresión. A partir de estas ideas he llegado a comprender la trascendencia del exilio como categoría que no afecta sólo al ser humano, sino al conjunto del orbe cósmico. He hablado antes del big bang y a esta altura de mi reflexión no me cabe duda de que aquello fue también la expresión de un impulso de energía concentrada que necesitaba expandirse, es decir, exiliarse. Así he llegado a la conclusión de que el exilio es una metáfora cósmica de valor universal». Son palabras del profesor José Luis Abellán a propósito de su viaje a Nueva Zelanda recogidas en El mundo visto desde las antípodas (Ambos Mundos, Auckland, 2013). Este historiador trabajó extensamente la cuestión del exilio de los intelectuales españoles durante el régimen de Franco, experiencia que vivió en primera persona, y sus averiguaciones le han empujado, poco a poco, a madurar la idea de El exilio como constante y como categoría (Biblioteca Nueva, Madrid, 2001). Esta «voluntad de expresión» parece evidente al repasar las biografías de quienes sacrifican permanecer en su hogar para no renunciar a su palabra. El profesor Abellán la intuye también en los fenómenos de constitución del mundo natural (big bang, vulcanismo, etc.) y puede también utilizarse como clave de interpretación de diversos mitos, religiones y filosofías que tratan de explicar el origen del mundo. La mitología maorí presente en Nueva Zelanda explica el origen del mundo a partir de la separación entre Ranginui (cielo) y Papatuanuku (tierra). La expresión de cada uno de estos dioses frente al otro, que es exilio de su con-fusión original, provocó la aparición de la luz y de la vida natural y humana. Ese esfuerzo de separación no lo lograron solos, sino que es obra de su hijo Tane. La metafísica de Plotino, que explica el mundo como emanaciones de lo Uno, también puede interpretarse como «voluntad de expresión» y lo mismo cabría decir de otras filosofías y religiones más o menos panteístas o espiritualistas, monistas o dualistas. Sería interesante explorar esta misma categoría en el contexto del cristianismo. En un plano netamente espiritual, la Trinidad constituye una formulación que salva con igual contundencia la total unidad y la total distinción. En este caso, aunque el Hijo es presentado literalmente como «expresión» (Logos, Verbo, Palabra) del Padre, más que de «voluntad de expresión» habría que hablar de una «voluntad de amor». De esa forma se plantea lo que aparece como un milagro inconcebible: el «exilio radical» se identifica con el «hogar» y el «encuentro» igualmente radicales. Y nuestro «exilio» del Paraíso que padecemos en este mundo convierte nuestra vida en una vía de «retorno» a la casa del Padre. Así visto, sigue siendo verdad que el fin último de todo hombre es «lograr la expresión de sí mismo», pero esa expresión no es ciega ni autorreferencial, esa expresión es «respuesta responsable» desde los dones que hemos recibido. Eso nos diferencia de los volcanes y del big bang, cuya expresión puede ser ciegamente destructiva, y devuelve la cuestión de la racionalidad, la libertad y la felicidad –temas sobre los que el profesor Abellán se manifiesta bastante descorazonado– a su plena actualidad. Esas tres características también definen la naturaleza humana, siempre que no las veamos como algo dado y acabado, sino como tareas, como cauces por que los exiliados aprendemos a descubrir y pronunciar nuestra palabra para el mundo.