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ANÁLISIS DE CULTURA

Fama insensata

Fotografía

Por Marta G. BrunoTiempo de lectura2 min
Cultura05-02-2014

Qué duro es mantenerse aferrado al suelo cuando el poder de la abstracción epicúrea atrapa a la víctima hasta engullirla por completo. Tan duro como ser un genio y simular ante el resto de los mortales una mentalidad más o menos normal. No sea que el yugo de la mentalidad rasa apriete demasiado. Hay genios que se abstraen en su locura. Lo prefieren a la sordera mundana. Pero se montan en una cápsula que les lleva al espacio de lo lejano y acaban atrapados en su propia locura, que se queda como fiel compañera, una suerte de trastorno bipolar que no deja títere ingenioso con cabeza. Hemingway, Gauguin, Van Gogh, Beethoven, Edgar Allan Poe necesitaban externalizar de alguna manera su creatividad. Para los demás es un regalo, para ellos una suerte de terapia. Lo mismo ocurre con algunos de los genios de nuestra época, que con una creatividad orientada a otras artes, demuestran una vida privada un tanto desordenada y de alguna manera poco ejemplar. El debate en la calle estos días está en la explicación del tipo de guión más surrealista a la par que brillante del director de cine Woody Allen. “No, si ya se nota en sus películas que muy bien no está”, decía alguien sobre la carta que ha escrito su hija adoptiva sobre sus supuestos abusos, de los que ella sería víctima cuando era una niña. Una mente lúcida y complicada plasma en sus trabajos esa visión de la vida. ¿Por qué iba a hacer lo contrario? Un estudio de la Universidad de Toronto asegura que mientras una persona normal clasifica un objeto y acto seguido se olvida de él, aunque sea más interesante de lo cree, una creativa estará siempre atenta a lo nuevo y descubrirá aspectos de ese objeto hasta entonces desconocidos. Algunos son considerados como raros, otros como tipos “de otro tiempo” o que están “en otra galaxia”. Muchas veces acaban pagando su impotencia psíquica con los demás. Otros, como Philip Seymour Hoffman, acabarán terminando con su vida. De una vez o poco a poco. ¿Merece la pena ser un genio? No hay posibilidad de elección. El hombre lúcido no se hace, nace. Y atado a esas cadenas convive con ello toda su vida, aprovechando sus ventajas e inconvenientes. El resto tenemos que perdonarle para ver la parte positiva con la que nos obsequia de forma inconsciente.

Fotografía de Marta G. Bruno

Marta G. Bruno

Directora de Cultura de LaSemana.es

Licenciada en Periodismo

Estudio Ciencias Políticas

Trabajo en 13TV

Antes en Intereconomía TV, La Razón y Europa Press