ANÁLISIS DE CULTURA
Ideas revolucionarias
Por Marta G. Bruno
2 min
Cultura06-02-2013
¿Tiene alguien derecho a impedir que un galardonado recoja su premio? ¿es moral imponer una opinión al otro? ¿mandarle incluso mensajes amenazantes? son las preguntas que me vienen a la mente cuando leo que varios intelectuales y artistas han rogado a Antonio Muñoz Molina que no recoja el Premio Jerusalén. Para los mismos el alcalde de la ciudad promueve “uno de los sistemas de Apartheid urbano más crueles del mundo”. Lo paradójico del asunto es que se premia la lucha por la libertad, pero ellos parecen no haberlo entendido. Los aludidos han firmado una carta con la petición. Entre ellos está el co-autor de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, Stéphane Hessel, el cantante de Pink Floyd Roger Waters o el director de cine Ken Loach. El primero, y también autor del libro ¡Indignaos!, el mismo que llama a una “verdadera insurrección pacífica” y defiende las libertades choca contra su propia contradicción al instar al escritor a rechazar el galardón que se otorga cada dos años a un escritor cuya obra esté relacionada con la lucha por la libertad. Antonio Muñoz Molina viaja a un lugar donde el golpe de poder y autoridad no son lo único que se respira en la sociedad civil. Hay que distinguir entre un Estado en su conjunto y las medidas concretas de sus Gobiernos. Israel cuenta con una nutrida lista de intelectuales, con una riqueza cultural plasmada a lo largo de los siglos. Ejemplos intelectuales israelíes: David Grossman, activista por la paz y el escritor israelí más relevante del momento. El director de orquesta Daniel Barenboim, que agrupa músicos israelíes, palestinos y españoles. Israel, como muchos otros países, posee organizaciones no gubernamentales que cada día se esfuerzan por proteger los derechos de sus ciudadanos. ¿Es necesario entonces boicotear a un pueblo entero? El debate que se esconde tras este premio no es nuevo, el conflicto entre israelíes y palestinos aparece cada certamen para avivar las llamas. Jorge Semprún, Mario Vargas Llosa o Susan Sontag han recibido antes el reconocimiento. Ian McEwan resultó premiado en el año 2011, pero en su discurso condenó los asentamientos en Jerusalén. ¿Son ellos también cómplices de la violencia? ¿o víctimas de una extorsión? ¿o de la ignorancia? Distinto es que se enarbolen valores como la paz hacia personalidades a las que les queda grande el título: Obama, Premio Nobel de la Paz en 2009 por, entre otras cosas, trabajar por un mundo sin armas nucleares, aunque sí se le deje lanzar ataques cibernéticos preventivos. Al Gore y sus cuestionadas conferencias proambientales no sólo le propiciaron fajos de billetes. También otro Premio Nobel. Y lo mismo se puede decir de Henry Kissinger, muy aplaudido por su alto al fuego en Vietnam, pero después vapuleado por su presunta participación en los bombardeos sobre Camboya. Muñoz Molina tiene en su haber un trabajo que se centra en el excluido, en la patria perdida. Se llama Sefarad. Y con eso basta.
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Marta G. Bruno
Directora de Cultura de LaSemana.es
Licenciada en Periodismo
Estudio Ciencias Políticas
Trabajo en 13TV
Antes en Intereconomía TV, La Razón y Europa Press