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IMPRESIONES

Dejad que lo descubran y lo hagan

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura2 min
Opinión05-02-2013

“El anciano se quedó de pronto muy concentrado, las cejas fruncidas, los labios apretados. Se quedó inmóvil, pensando, ensimismado, ofreciendo un cuadro que me encanta: un paciente en el preciso instante en el que descubre (medio intrigado, medio asombrado), en que se da cuenta por primera vez de cuál es exactamente el problema y, al mismo tiempo, qué es exactamente lo que hay que hacer. Ése es el momento terapéutico”. Oliver Sacks vive entregado a sus pacientes… y este es uno de esos momentos mágicos por lo que su vocación le merece todas las penas. Me reconozco en la experiencia del anciano que protagoniza esta historia. Pero me reconozco aún más en ese disfrute secreto que invade al propio Sacks cuando acompaña a otra persona en su proceso de conocerse a sí misma y de tomar las riendas de su propia vida. Creo que, en buena medida, en eso consiste la experiencia socrática. Sé que ese es uno de los mayores regalos que podemos recibir los que tenemos vocación de profesores, maestros, terapeutas, coaches, e -intuyo- padres. Aristóteles sostiene que uno de los momentos cumbre de una obra dramática es la agnición del protagonista. Esa agnición es un descubrimiento del protagonista por el cual se comprende a sí mismo bajo una nueva luz… y esa luz le revela qué debe hacer. El espectador acompaña al protagonista en ese descubrimiento… y sabe, con el protagonista, que ese descubrimiento le cambiará la vida. Ese descubrimiento es terapéutico para el personaje… pero también para el espectador, y está relacionado con la idea de catarsis. Algo parecido es lo que describe el doctor Sacks, aunque con dos diferencias esenciales: la primera, que no hablamos de un personaje, sino de una persona real; la segunda, que Sacks no es un mero espectador, sino una ayuda, un catalizador, de ese descubrimiento. Profesores, orientadores, terapeutas, padres y hasta coaches (por más que su formación les prevenga al respecto) queremos, demasiadas veces, hacer el camino que sólo pueden hacer los alumnos, mentorandos, coachees, hijos o pacientes. Lo haríamos por ellos. Se lo ahorraríamos. Y lo justificamos perfectamente en nombre del amor. Sin embargo, no podemos hacer el camino por otros. Si lo hiciéramos, tal vez les regalaríamos unos resultados, pero lo haríamos a costa del crecimiento de aquellos a quienes queremos acompañar. Un crecimiento que, o es de ellos, o se lo estamos robando. Comparto con vosotros sólo uno de los muchos fragmentos que ya intuía que encontraría al leer El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. Podría hablaros también de aquella señora que llegó a anciana sin usar las manos. “Son un trozo de pasta inútil; nunca me han servido para nada. Están como muertas”, decía. En realidad, funcionaban perfectamente, pero sus cuidadores (era ciega de nacimiento, entre otras dificultades neurológicas), nunca le dejaron usarlas. Empezó a hacerlo a los 85, y murió como escultora.

Fotografía de Álvaro Abellán

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Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach