SIN CONCESIONES
Cataluña y País Vasco
Por Pablo A. Iglesias4 min
Opinión31-10-2012
Cuando en 1978 se negoció la Constitución española, los nacionalistas exigieron un trato diferente. Fue su condición para respaldar el tratado jurídico que devolvía la paz política e institucional al país. Lograron que el texto diferenciara entre nacionalidades y regiones. A cambio, ampararon la Carta Magna con la abstención y fueron cómplices de nuestra célebre y mundialmente admirada Transición. Pero la responsabilidad les duró poco tiempo. Desde entonces, han utilizado aquella concesión semántica como coartada para autodefinirse como naciones y reivindicar un trato diferente con respecto al resto de las comunidades autónomas. País Vasco y Cataluña están al frente de esa demanda, con idéntico camino, aunque distinto ritmo y protagonistas. Si en 2005 fue el peneuvista Juan José Ibarretxe, ahora es el convergente Artur Mas quien plantea el desafío. Quiere un referéndum independentista. Se trata de la misma ensoñación política que acabó con el anterior lehendakari de Euskadi. Se marchó por la puerta de atrás, cierto, pero después de diez años en el poder. Artur Mas persigue un objetivo parecido. Quiere repetir victoria en las urnas para renovar su mandato gubernamental cuatro años más. Poco le importan las consecuencias sociales de su estrategia electoral. Está dispuesto a pisotear la herencia que le dejaron dos catalanes como Miquel Roca (CiU) y Jordi Solé Turá (PSC), padres de la Constitución de 1978. El problema no es sólo Cataluña. El órdago soberanista de Artur Mas puede acabar siendo una broma si el País Vasco emprende el mismo camino. El PNV volverá a gobernar en Ajuria Enea y Bildu ha entrado por la puerta grande en la política de Euskadi. Entre los dos suman 48 de 75 escaños en el nuevo Parlamento. PSOE y PP apenas llegan a 26. Es una lástima o, mejor dicho, un drama después de tres años de constitucionalismo prudente y responsable. Paradojas de la vida, el País Vasco tiene la tasa de paro más baja de toda España. Sus ciudadanos son los que menos sufren las consecuencias de la crisis. La gestión política y económica del socialista Patxi López no ha sido mala. Pero los vascos le dan la espalda, le han castigado duramente con 9 escaños y 106.000 votos menos. En plena crisis económica, los vascos echan al presidente autonómico que puede presumir de mejores cifras y entregan el poder al nacionalismo de la eterna ruptura. No hay motivos razonables ni causas lógicas. Simplemente, es la reacción de una sociedad borracha de endogamia y anestesiada por el miedo. Hace un año que la banda terrorista ETA dejó de asesinar, pero los muertos nunca regresarán de sus tumbas para depositar el voto y la diáspora jamás realojará sus casas. Las bombas y las pistolas aniquilaron a casi un millar de personas pero, sobre todo, pisotearon la conciencia de la sociedad. No hay remedio para sanar esa herida. Sólo el tiempo, pero el reloj también juega en contra con la opresión educativa del nacionalismo. Cada nueva generación de vascos es más independentista que la anterior, igual que la catalana. Cuando el ministro José Ignacio Wert propone "españolizar" a los niños para que se sientan "tan orgullos de ser españoles como de ser catalanes", parece estallar la tercera guerra mundial. La realidad es que los nacionalistas no quieren que sus hijos sean "tan españoles como catalanes". Sólo quieren que se identifiquen "catalanes" para seguir viviendo de la demagogia muchos años más. Desde que concluyó la dictadura en España, sólo ha habido un fascismo educativo en las escuelas y es el que han impuesto los nacionalistas en sus respectivas comunidades autónomas. La discriminación del idioma castellano es una realidad, como la eliminación de cualquier referencia a España y la proliferación de contenidos localistas que suprimen la conciencia de país. La cesión de las competencias educativas a las comunidades es seguramente el mayor error de la democracia. Se lo debemos a José María Aznar, cuando en su primera legislatura requería los votos de PNV y CiU para mantenerse en el poder. Otra vez el poder y los medios empleados con tal de conservarlo... Entre unos y otros han pisoteado la Constitución a lo largo de tres décadas. Casi todos la tratan como si fuera papel mojado, lista para iniciar el ciclo de reciclaje. Pero la Carta Magna es mucho más. Fue un pacto de caballeros, una alianza de generaciones, un acuerdo histórico entre familias políticas diferentes, una herencia que entregar de padres a hijos, un regalo de quienes habían combatido en guerra para construir un futuro de paz. La Constitución es mucho más que dos palabras. Las importantes no son nacionalidades y regiones, sino todas las demás. El día que se entiendan en Cataluña, País Vasco y el resto de España acabarán las disputas absurdas.
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Pablo A. Iglesias
Fundador de LaSemana.es
Doctor en Periodismo
Director de Información y Contenidos en Servimedia
Profesor de Redacción Periodística de la UFV
Colaborador de Cadena Cope en La Tarde con Ángel Expósito