SIN CONCESIONES
Democracia o Anarquía
Por Pablo A. Iglesias
5 min
Opinión04-10-2012
Si Winston Churchill tenía razón, la democracia es el menos malo de los sistemas políticos. En 1947, el carismático primer ministro de Reino Unido debía de sentirse como muchos dirigentes españoles actuales. Quizá por eso pronunció esta célebre frase en su discurso ante la Cámara de los Comunes. "Se ha dicho que la democracia es la peor forma de gobierno, excepto todas aquellas otras formas que se han probado de vez en cuando". Churchill reconoció las carencias del sistema democrático, pero advirtió de que cualquier cambio a otro regimen de los que existían en la Europa de postguerra resultaría peor. "La democracia es la necesidad de doblegarse, de vez en cuando, a las opiniones de los demás", remachó aquel político adicto a los puros. Casualmente, España alimenta ahora un debate parecido y tiene como presidente a otro amante del tabaco oscuro. En medio de las protestas ciudadanas y las concentraciones ante el Congreso de los Diputados, Mariano Rajoy podría en estos tiempos parafrasear a Churchill: "Se han probado muchas formas de gobierno y muchos están cansados en este mundo de pecado y aflicción. Nadie pretende que la democracia es perfecta o totalmente falsa. De hecho se ha afirmado que la democracia es la peor forma de gobierno, excepto todas aquellas otras formas que se han probado de vez en cuando". Y tendría razón, aunque las miles de personas que han ocupado la madrileña plaza de Neptuno no quisieran entenderlo. El 25 de septiembre pasé toda la tarde y buena parte de la noche con los manifestantes. Primero, en el lado de los policías que protegían el Parlamento. Después, entre los indignados que clamaban contra el sistema político español. Me sorprendió la variada diana institucional a la que lanzaban sus dardos dialécticos. Atacaban al Ejecutivo, con gritos de "Gobierno, dimisión". Cuestionaban la legitimidad del Congreso salido de las urnas, con cánticos contra los diputados del estilo "Que no, que no, que no nos representan". Criticaban a las Fuerzas de Seguridad del Estado, las mismas que protegen a diario sus casas y detienen a los corruptos, con el eslogan "Policías, mercenarios". Incluso, insultaban a los periodistas que cubríamos la protesta y dábamos un inmenso altavoz a sus reivindicaciones. "Televisión, manipulación", reprochaban cada vez que los cámaras y los fotógrafos corrían a captar la instantánea. En resumen, no dejaban títere con cabeza. Quienes se rebelan en las calles están sublevándose en realidad contra el propio régimen que les permite protestar. El sistema les respeta a ellos pero, paradojas de la vida, ellos no respetan el sistema. No reconocen al poder Ejecutivo. No reconocen al poder Legislativo. Y no reconocen al cuarto poder que, en democracia, representan los medios de comunicación. ¿A quién reconocen y a que autoridad respetan entonces? Es la pregunta que ronda mi cabeza desde el 25-S. Tras las manifestaciones de la Puerta del Sol en mayo de 2011, mucho más multitudinarias que las actuales, indagué cuál era alternativa que ofrecían aquellos indignados pero me pareció vaga e irreal. Algunas de sus reivindicaciones ya las recogía la legislación actual pero muchos de los que protestaban ni siquiera las conocían porque ni se forman ni se informan sobre la política. Otras quejas estaban basadas en falaces invenciones que se contagian en la sociedad con la misma rapidez que prende la mecha de la indignación. Una de ellas es la petición para acabar con los sueldos vitalicios de los políticos, como si llegar a concejal o parlamentario garantizara un sueldo para toda la vida. Nada más lejos de la realidad. Deberían saber que los únicos políticos con sueldo eterno son Adolfo Suárez, Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero, los expresidentes del Gobierno de España. Ni exministros ni exdiputados ni mucho menos los exconcejales comen gratis de las arcas del Estado. Sólo son cuatro beneficiarios, aunque la moda de desprestigiar al político generalice el privilegio por pura demagogia y desconocimiento. Churchill tenía razón al defender la democracia, porque es el único sistema que respeta al mismo tiempo la libertad individual de cada persona y la voluntad conjunta de la mayoría. Basta con repasar la Historia y revisar el mundo actual para comprobar su grandeza, a pesar de sus defectos. No hay alternativa posible ni creíble desde quienes alzan su voz al unísono contra todos los poderes del Estado de Derecho. Sin Ejecutivo, sin Legislativo, sin Justicia y sin medios de comunicación sólo se llega al anarquismo. Precisamente, el modo de vida que suelen promulgar los violentos que revientan esta clase de protestas. La anarquía aboga por "la desaparición del Estado y de todo poder". ¿Qué miedo, no? Así que los manifestantes de Neptuno deberían pensar dos veces sus cánticos antes de lanzar sus soflamas. No me preocupan quienes incitan y organizan las marchas, sino la masa indignada que simpatiza con la burla a la democracia y se suma inconscientemente a una corriente que a la larga puede resultar dañina para los derechos individuales y colectivos de la sociedad. Cuando empiezan a gritar contra los representantes del pueblo elegidos legal y democráticamente, siempre me dan ganas de responderles con la misma cantina porque esa masa irracional a mí no me representa. Sin embargo, sí me siento representado por muchos de los que ahí se manifiestan con el ánimo de mejorar su país y de construir una sociedad mejor. A todos esos, les invitaría a dejar la lucha callejera y emprender la batalla de las ideas. En un partido político, en un sindicato, en una asociación, en una organización no gubernamental e incluso en un medio de comunicación como éste. La democracia se perfecciona entre todos pero puede destruirse con la irresponsabilidad de unos pocos.
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Pablo A. Iglesias
Fundador de LaSemana.es
Doctor en Periodismo
Director de Información y Contenidos en Servimedia
Profesor de Redacción Periodística de la UFV
Colaborador de Cadena Cope en La Tarde con Ángel Expósito