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CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR

Resolución para la 3ª edad

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura2 min
Opinión28-04-2002

“¿Puede decirme la hora, joven?” me preguntó una anciana, toda huesos y venas, en la parada del autobús. “Las dos y veinte”, respondí. Miré a lo lejos, vi que no llegaba el autobús y crucé a comprar la prensa -por el cupón de descuento para una película, claro-. Cuando regresé, aquella mujer de 87 años volvió a la carga: “Le ha dado tiempo hasta de irse de compras. Si es que el tráfico aquí esta muy mal. Tenemos un transporte público fantástico, pero como todo el mundo quiere ir en coche todos tardamos mucho más de lo normal. No sé porqué esta perra con los coches, ¡ni que fueran un título nobiliario!”. Llevaba 20 minutos esperando. “Pero bueno, no nos pongamos tristes, yo lo que quiero es ver reír a la gente”. Me contó varios chistes: empezó en Santiago Carrillo y acabó con Ana Botella. “Fíjese usted qué importante es reírse. Yo lo hago, aunque mis huesos me protesten mucho. Si se los arrojasen a un perro no los querría, por estar podridos”. “Si es que a esta edad lo que te duele es el alma que, por cierto, debe estar repartida por todas partes”. Su luto riguroso y su espalda encorvada no le impedían reír, aunque sus cataratas azules se humedecieron un momento al recordar Lourdes: “Sí, yo antes iba a ver mucho a la Virgen, ella sabe lo que la quiero, pero ahora no me atrevo. Con el cuerpo que tengo, tengo miedo de que me pase algo y tengan que ir mis familiares hasta allí”. No marchaba a ver a la Virgen por falta de fe ni de ganas. Lo hacía por no molestar. Sabía que pronto debía emigrar al otro barrio “que por cierto debe ser estupendo, porque nadie nunca vuelve de allí”, y ya no quería molestar. Aquella fantástica, alegre, sabia mujer, que vivió bajo el reinado de Alfonso XIII hasta los ocho años, que a los 16 vio empezar la Guerra Civil y a los 60 vivió la muerte de Franco, no visitaba a su virgencita porque no quería molestar. Quizá “abuelita pesada” fue lo primero que pensé cuando constaté que su pregunta sobre la hora sólo había sido la primera de varias. ¡Y qué feliz fue por sentirse escuchada esos breves minutos! “Que Dios le bendiga, joven”, me dijo al llegar el autobús. No quería molestarme más y me dejó marchar con una bendición tan honda que hoy, desde mi espacio interior, no puedo escribir otro artículo.

Fotografía de Álvaro Abellán

$red

Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach