ANÁLISIS
27 segundos no son nada
Por Alejandro Requeijo3 min
España27-05-2012
Permitanme que no me escandalice ante 27 segundos de pitada al himno de mi país. Muy mal debe andar el nacionalismo para ver en ellos un éxito. Igual de mal quien vea en ello una amenaza real. A estas alturas, uno que lleva visitando estadios de fútbol casi semanalmente desde que tiene uso de razón las ha visto ya de todos los colores. He visto a gente gritar por la cámara de gas para los presos de ETA (euskal presoak! Cámara de gas!). Cuando se iba a los campos del País Vasco y Navarra uno tenía que escuchar aquello del 'ETA mátalos' o a cientos pidiendo "una explosión de Goma 2". No eran ni uno, ni dos, ni tres. Las mofas a los muertos son una constante, ya sea un guardia civil, un aficionado de la Real Sociedad o algún jugador emblemático del equipo rival. Minutos de silencio interrumpidos porque el fallecido era un concejal socialista de Mondragón (Isaías Carrasco) o simplemente porque "¡yo no me callo porque se haya muerto un vikingo!". He visto cómo se sacaban hasta imágenes de líderes kurdos cuando el equipo rival era turco. Irlandesas y escocesas cuando vienen los ingleses. Británicas al mes siguiente si al que hay que ganar esa noche es al Celtic de Glasgow. He visto armarios de esvástica tatuada y "puto moro" en boca envueltos en banderas árabes. Ese día España jugaba contra Israel. Era un amistoso. En los campos españoles se han silbado los himnos nacionales de muchas selecciones sin ningún pasado de enemistad. Simplemente porque sí. ¿Una minoría?, casi siempre sí. Pero creanme, en partidos de alta tensión esa minoría se convierte rápidamente en mayoría. Incluso si el arma contra el rival es el racismo. El que tiene estudios y el que no. El que lo hace siempre o el que ha ido sólo ese día invitado por un amigo. El que tiene hijos (a veces de la mano) o el que sólo tiene al fútbol. Todos. He visto a vizcaínos compartir fotos y abrazos con madrileños por las calles de Bucarest y minutos después saltar todos al grito de "español el que no vote". "Puto vasco el que no vote", respondía al unísono la grada contraria. Esto no es una justificación, pero no seamos hipócritas. Nadie, absolutamente nadie está a salvo. Es mentira que haya campos más educados que otros. He visto petardos a los jugadores rivales en la Catedral, 'seny catalans' con cochinillo, mucho encorbatado dejándose arrastrar gustosamente por Ultras Sur. El fútbol en el estadio son muchas cosas, pero esta también. Diputados nacionalistas, Esperanza Aguirre, Antonio Basagoiti, políticos y visitadores esporádicos en general: los campos de fútbol no son lugares de corrección política (este artículo tampoco, disculpen las molestias). No pretendan construir la casa por el tejado. Los estadios sólo son una expresión más de una sociedad con muchos defectos que en esos lugares de manera colectiva se retroalimenta. Donde afloran las miserias escondidas entre la masa. Sólo así se explica mofarse de los muertos, por ejemplo. Pero la gente ya es mayorcita para saber lo que hace. ¿Alguien de verdad cree que no se iba a silbar el himno de España si un grupo de políticos no lo hubiese propuesto? Aún así pitar el himno no es delito, sí un gesto de absoluto mal gusto y falta de respeto. Hay muchas cosas que arreglar en este país antes que los estadios. ¿A puerta cerrada? Quienes sobran de los estadios no son los aficionados, sino los políticos que además entran sin pagar. Mejor nos iría a todos si se preocupasen menos de sacar tajada política con el fútbol y se afanasen más en otros asuntos más urgentes. ¿Qué tal empezar por el estado de la Educación? ¿Investigar a fondo qué ha pasado en Bankia -caiga quien caiga- para que no vuelva a pasar? Pues eso, cada uno a lo suyo.
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Alejandro Requeijo
Licenciado en Periodismo
Escribo en LaSemana.es desde 2003
Redactor de El Español
Especialista en Seguridad y Terrorismo
He trabajado en Europa Press, EFE y Somos Radio