ANÁLISIS DE INTERNACIONAL
Egipto, vaya dilema
Por Isaac Á. Calvo2 min
Internacional28-05-2012
Las elecciones presidenciales celebradas la semana pasada en Egipto demuestran la complejidad sociopolítica egipcia. Ya ha pasado más de un año desde que se encendió la llamada Primavera Árabe, que acabó con el régimen de Hosni Mubarak. Sin embargo, durante todo este tiempo las cosas han ido mucho más despacio de lo pensado y se ha comprobado lo difícil que es hacer una transición sin sobresaltos. Ahora, vistos los resultados de los comicios, muchos pueden pensar que se está viviendo una especie de regreso al punto de partida. El motivo de este sentimiento se encuentra en que uno de los políticos que concurrirá a la segunda vuelta desempeñó importantes funciones en el Gobierno de Mubarak. Se trata de Ahmed Shafik, que es un viejo zorro y sabe moverse en épocas turbulentas. Aun así, sería una enorme sorpresa que Shafik accediera a la Presidencia. Su rival en la gran final electoral, y ganador en la primera ronda, es Mohamed Mursi. Y no es que Mursi sea un curtido referente en la política egipcia, sino que es el candidato de los Hermanos Musulmanes. Esta asociación islamista lleva presente el país desde finales de la década de 1920, y durante casi toda su existencia ha sido reprimida o considerada ilegal por las autoridades. Pese a ello, los Hermanos Musulmanes han estado décadas desarrollando sus actividades en un segundo plano y han ido adquiriendo una notable influencia en gran parte de la sociedad. Los egipcios, por tanto, deben elegir entre flirtear con el pasado (por mucho que Shafik cambie, su carrera está asociada a Mubarak) o decantarse por un gobierno islamista de los Hermanos Musulmanes. Toda elección conlleva un riesgo y supone una renuncia. Dadas las circunstancias, lo lógico es que Mursi obtenga la victoria y sea el nuevo presidente. Este hecho, sería otro éxito para la asociación islamista, que ya controla el Parlamento tras los comicios legislativos del pasado diciembre. Aunque sea un tópico, gane quien gane tiene que gobernar para todos los egipcios y no debe aplicar políticas extremistas, sean del índole que sean. Egipto tiene diversidad social e incluso religiosa (con aproximadamente 10 millones de cristianos coptos), y todavía no se ha extinguido totalmente la tensión tras la Primavera Árabe. Por tanto, cualquier chispa puede volver a provocar enfrentamientos, y eso, por el bien de todos, es lo que menos conviene.
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Isaac Á. Calvo
Licenciado en Periodismo
Máster en Relaciones Internacionales y Comunicación
Editor del Grupo AGD