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ROJO SOBRE GRIS

Algo más que una mierda de infancia

Fotografía

Por Amalia CasadoTiempo de lectura3 min
Opinión16-04-2012

Lleva la palabra "mierda" en el título, y aunque no sorprende - es Sardá- da de qué hablar. "Mierda de infancia" es el nombre de su nuevo libro, y la editorial, que no se ha cortado un pelo, lo presenta comparando la pluma del periodista a la prosa de Dickens ni más ni menos. Supongo que porque el Pisuerga pasa por Valladolid, y el autor presenta su propia infancia como las peripecias y desgracias de un Oliver Twist. Seguro que es ligero y fácil de leer, no obstante: no es verbo lo que le ha faltado a Sardá en la vida. Cuando más noto que me hago mayor es cuando veo a otros que se hacen mayores. Me impacta. Hace unos días vi a Sardá. Y le vi viejo. Pensé entonces que ya no tenía edad de exhibir y juguetear con la fealdad como antaño y que, de hacerlo, debería ser de otra manera. Es extraño, pero puede resultar interesante y atractivo un provocador cáustico cuando es joven, soltero, veloz, brillante, intrépido e ingenioso. Lo destructivo y antiestético de lo que se puede llegar a decir o hacer queda velado por una juvenil temeridad fascinadora capaz de seducir. Pero cuando llega el tiempo de las nieves en la cumbre, y uno se levanta de la cama en dos tiempos o tres, es más difícil compensar con ironía y gracia personal la fealdad que uno pone -y exhibe- en el tablero de la vida. Con lo feo, lo roto y lo malo necesitamos rendir cuentas frente a frente, precisan una explicación. A cierta edad, escabullirlo provoca más pena que gracia. Ahora Sardá nos cuenta que su infancia fue difícil, y que si la infancia es la patria de uno a él no le gusta la suya. Siempre he experimentado lo terapéutico de contar la propia vida, y especialmente las cosas que se quedan al acecho en los rincones del alma. Creo que hacer memoria no se trata sólo de vomitar para quedarse a gusto. No se trata de pasar la mierda por el recuerdo, ni de sacar a pasear por un plató con forma de libro nuestros monstruos y deformidades con ironía y brillantez. Creo que se trata de volver a pasar los recuerdos por el lugar más intimo de nuestro ser donde no podemos escondernos de nosotros mismos, y donde algo hay que arroja luz y nos ayuda a reconciliarnos y curarnos. Para mí Sardá ha sido muchas veces una especie de defensor de que la vida es un comer para cagar, un apologeta de que eso es lo que mola, y de que no hay realmente nada más de lo que uno pueda estar seguro, aunque allá cada quien. Ciertamente, más difícil que sufrir es no saber de qué manera superarlo, tener que sobrevivir al dolor enmascarándolo de ironía y sarcasmo, y rendir así las cuentas con aquellos a quienes odiamos en una espiral sin fin de autocomplacencia, justificación y comprensible búsqueda de cariño camaleónicamente disfrazada. La buena noticia es que hay algo más en la mierda, con la mierda y después de la mierda si uno se enfrenta a ella con una actitud que no sé si depende de la libertad de quererla o de un don que sólo se puede pedir. En cualquier caso, si se leen a Sardá, tomen a continuación un libro rojo sobre gris que rinde cuentas con la vida sin escabullirla y con el sufrimiento cara a cara: Más fuerte que el odio, de Tim Guenard.

Fotografía de Amalia Casado

Amalia Casado

Licenciada en CC. Políticas y Periodismo

Máster en Filosofía y Humanidades

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