ROJO SOBRE GRIS
Los rescatadores
Por Amalia Casado3 min
Opinión05-12-2011
A veces estoy como muerta, como viviendo la vida a medio gas. No es por nada particular; pero es una sensación verdadera y cierta. Cuando me pasa eso y por fin alguien me rescata de ahí, miro mi corazón, ese lugar íntimo desde el que se contempla y se vive la vida, y me encuentro con un corazón enano en el que no caben nada ni nadie sino yo misma y mis preocupaciones. No sé cómo pasa, no sé cómo se llega exactamente hasta ahí. Más que como caerse en un hoyo es como empezar a cavar ahí donde estás, poco a poco y sin darte cuenta, hasta que de repente un día todo es oscuro y asfixiante. Ni sabes cómo has llegado, ni sabes cómo salir, ni tus solas fuerzas son suficientes para lograrlo. Necesitas ser rescatado. Es desconcertante cuando todo ha pasado, cuando te sientes recuperado, cuando vuelves a caminar sintiendo como la calidez del sol en tu rostro y un cierto volver a latir del corazón. Es desconcertante, digo, porque no sabes muy bien cómo ha sucedido todo. Entonces miras hacia atrás y te encuentras con tus rescatadores. Son esas personas que te hablan de la vida como algo maravilloso en su dramatismo inevitable; esas personas que no esconden la ardua lucha que implica experimentar la felicidad posible, que están contentas en medio de las dificultades que están viviendo, que no pretenden ocultar y que… son las mismas que las tuyas –apenas insignificantes- o peores. Te preguntas cómo es posible, qué tienen que tú no. Necesitas saberlo imperiosamente y sabes que de verdad tu vida depende de ello. No ha sucedido nada realmente nuevo, pero tienes una profunda sed de sentido, de que la vida merezca la pena, de que eres por algo, para algo. Sientes que esta vez la sed es mayor que otras veces que ya has pasado por ahí. Y sabes que volverás a pasar por ello. Son momentos especiales. Duros y difíciles. Son momentos de prueba. Pero a diferencia de lo que muchas veces había creído, he descubierto que no somos nosotros quienes somos puestos a prueba: alguien se nos ofrece para ser puesto a prueba como respuesta, como respuesta total, como respuesta de sentido. Los rescatadores son hombres y mujeres iguales a mí. Que sufren como yo, que disfrutan con lo que a mí me hace disfrutar. Que lloran como yo y se preocupan como yo. Que necesitan vibrar como yo, y formar parte de algo como yo, y saberse queridos y necesitados como yo. Son hombres y mujeres que, como yo, han pasado por momentos así una y otra vez, y cada vez más duros y difíciles, pero que nos dicen: la respuesta de sentido no es algo que hacer. No es un sitio donde estar. No es un trabajo, no es dinero, no son cosas. La respuesta profunda y verdadera es alguien. Alguien con mayúsculas. No sé exactamente cuál es la fórmula ni el mecanismo ni el por qué de que ese Alguien esté tan relacionado con darse a los demás. No sé de qué manera misteriosa y extraña, poner a prueba a Dios como hipótesis de sentido para la vida pasa por amar muy sencillamente. Tampoco sé de qué manera ese dinamismo del amor actúa sin nosotros pretenderlo, pero cuando alguien te rescata del hoyo, y coge con su puño tu corazón moribundo para darle calor y devolverle la vida, lo hace sin querer, a veces sin pretenderlo. Una palabra, una mirada, un gesto… pero verdaderos, de corazón a corazón, hacen de repente posible lo imposible tanto para ese alguien como para mí. Dios se hace evidente. Inexplicablemente. El corazón se te ensancha. Te sientes tan profundamente amado y querido que lo más difícil a continuación es rendirse y aceptarlo sin poder comprenderlo. Es Adviento. Llega el Rescatador. Rojo sobre gris.
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Amalia Casado
Licenciada en CC. Políticas y Periodismo
Máster en Filosofía y Humanidades
Buscadora de #cosasbonitasquecambianelmundo