SIN CONCESIONES
España y la Copa Davis
Por Pablo A. Iglesias3 min
Opinión05-12-2011
Hubo un tiempo en el que España era un país pequeño. Soñaba con equipararse a los gigantes, resucitar de las cenizas apagadas siglos atrás, colarse otra vez entre las grandes potencias mundiales, contagiar de ilusión a los compatriotas. Hubo un tiempo en el que España pensaba que jamás volvería a ser lo que fue, en el que los complejos históricos coaccionaban los presagios futuros, en el que las ambiciones quedaban ancladas al temor a fracasar, en el que el noventayochismo inundaba el subconsciente de todos, en el que la patria parecía llamarse imposible. Hubo un tiempo en el que nadie recordaba que España fue la primera potencia del planeta, la que descubrió el nuevo mundo, la que dominó el globo desde donde sale al sol hasta donde se pone. Hubo ese tiempo y no está demasiado lejos. Hoy es tiempo de otra mentalidad. España se sabe grande para según qué cosas. Cinco millones de parados pesan mucho en la autoestima nacional. Un 40 por ciento de desempleo juvenil frena las expectativas venideras. Tampoco se vislumbra solución para el fracaso escolar en tres de cada diez niños. La crisis económica ha sepultado aún más la conciencia de que España es una gran nación, excepto cuando entran en juego los deportistas. El mismo ciudadano que se deprime con las noticias del telediario desborda entusiasmo cuando la pequeña pantalla le ofrece en directo un torneo con deportistas españoles en liza. La Copa Davis es el ejemplo más reciente, el que mejor describe el esquizofrénico pensamiento de esta tierra con piel de toro. El mismo compatriota que duda de sí mismo y del proyecto compartido por todos demuestra una fe inquebrantable cuando tiene delante a un futbolista, ciclista o tenista. La división y el pesimismo se borran del mapa entonces. Dan paso a la unidad y la esperanza, incluso en los momentos más adversos. Valga como prueba el "¡Vamos Rafa!", convertido en ar de convicción. Este grito de guerra es ya un signo nacional de confianza en uno mismo, en el otro y en todos. Hubo un tiempo en el que el deporte español era un motivo más de depresión nacional. Hubo un tiempo en el que el escepticismo se agigantaba durante los partidos de la Selección española, fuera cual fuese. Hubo un tiempo en el que España se creía un país pequeño porque su fe en sí mismo no era demasiado grande. Por suerte, eso cambió hace años. España es hoy admirada por sus deportistas, por muchas de sus empresas, por sus intelectuales, sus cocineros, sus escritores y tanta otra gente que da lo mejor de sí mismo en su trabajo y en su vida diaria. Esos triunfadores están contagiados del espíritu vivido en Sevilla durante la final de la Copa Davis. Esos vencedores, motores de la maquinaria española, emplean como gasolina la fe en sí mismos. Esos a los que admiramos son sólo personas de carne y hueso, con la única diferencia de entregarse a aquello que aman. Son un ejemplo, pero no por los éxitos que acumulan, sino por el modo que tienen de afrontar los retos. Ahí reside la clave, su receta infalible. Esa es la pócima mágica que todos deberíamos beber para que España entera vuelva a ser un país grande en todo: en lo económico, cultural, político, científico... y no sólo en lo deportivo.
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Pablo A. Iglesias
Fundador de LaSemana.es
Doctor en Periodismo
Director de Información y Contenidos en Servimedia
Profesor de Redacción Periodística de la UFV
Colaborador de Cadena Cope en La Tarde con Ángel Expósito