SIN CONCESIONES
Aquí no dimite nadie
Por Pablo A. Iglesias3 min
Opinión28-11-2011
Joaquín Almunia merece un monumento. Por encima de sus labores de comisario en la Unión Europea y de sus funciones como ministro de Felipe González, la Historía debería reconocer el 12 de marzo de 2000 como su gran hito político. Aquella noche perdió las elecciones generales frente a José María Aznar. Cayó derrotado ante la mayoría absoluta del Partido Popular. Hundió al PSOE en los 125 escaños pero tuvo más valor que ningún otro hasta la fecha. Almunia se plantó ante los militantes, asumió por completo la culpa y dimitió como secretario general. Lo hizo en público y en directo por televisión ante millones de españoles. Nadie ha vuelto a repetir aquello. Nadie. Y eso que han pasado once años, con tres elecciones generales de por medio. A nadie se le pasó por la cabeza en el Partido Popular tras su debacle en 2004. No lo hizo Mariano Rajoy en 2008, pese a caer por segunda vez consecutiva en las urnas. Ahora tampoco han dado el paso en el PSOE tras la hecatombe de los comicios del 20-N. La mayor derrota socialista de la historia no se ha cobrado ninguna víctima política. Zapatero reconoce algunos errores de gestión y comunicación durante la crisis económica, pero ni explica cuáles ni se marcha inmediatamente a casa. Rubalcaba, que hace seis meses heredó un partido con los cimientos derruidos, tiene relativa culpa en la derrota del PSOE pero ni siquiera da un paso atrás por el bochorno de las urnas. Al revés, el candidato socialista da señas de querer mantenerse al frente y liderar la labor de oposición durante los próximos cuatro años. Parece toda una osadía cuando acaba de recibir en el trasero una contundente patada de los ciudadanos. Rubalcaba está empeñado en ser secretario general del PSOE. Ya lo intentó en mayo, cuando sus compañeros le escogieron como candidato. Ahora trata de culminar ese sueño empujado por algunos de los barones socialistas. La situación recuerda a la vivida en 2008 por Mariano Rajoy. Entonces, el dirigente popular estaba decidido a tirar la toalla y abandonar la política. Pero los presidentes autonómicos y territoriales del PP, con Javier Arenas y Francisco Camps a la cabeza, le rogaron que aguantara. Uno por uno, con excepción de Esperanza Aguirre, le pidieron que se quedase. Y Rajoy siguió. Cuatro años después, son muchos los mandatarios del PSOE interesados en que haya los menores cambios posibles para mantener así su cuota de poder. Llama la atención que, pese a las constantes derrotas autonómicas, los barones permanezcan al frente de sus territorios. Aún no se ha producido una renovación formal ni con José Montilla en Cataluña, ni con José María Barreda en Castilla-La Mancha, ni con Marcelino Iglesias en Aragón, ni con Guillermo Fernández Vara en Extremadura. El PP tampoco puede presumir de depurar responsabilidades internas, especialmente cuando tardaron dos años en forzar a Francisco Camps para que dimitiera por su implicación en el caso Gürtel. Esa falta de responsabilidad de muchos políticos, que se niegan a reconocer sus propias culpas, es la que provoca que miles de ciudadanos de desentiendan de la vida pública. Causa, cuanto menos, bochorno la incapacidad para asumir los errores cometidos y la incapacidad de ganarse a los electores. Aún recuerdo la cara de Aznar en 2004 cuando, en su última rueda de prensa en La Moncloa, un gran periodista con el que tuve el honor de trabajar le preguntó si se arrepentía de su apoyo a la guerra de Iraq o la gestión de los atentados del 11-M. No hubo contestación relevante pero sí un gesto de enfado que valía más que el mejor de los titulares. Cuatro años después viví lo mismo en primera persona y, en estas elecciones generales, la historia se repite otra vez. La conclusión es sencilla: aquí no dimite ni Dios.
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Pablo A. Iglesias
Fundador de LaSemana.es
Doctor en Periodismo
Director de Información y Contenidos en Servimedia
Profesor de Redacción Periodística de la UFV
Colaborador de Cadena Cope en La Tarde con Ángel Expósito