ROJO SOBRE GRIS
Feliz día de tu nombre
Por Amalia Casado
2 min
Opinión03-10-2011
Como en mi familia no se ha celebrado el santo tradicionalmente, se me hace difícil felicitar a mis amigos ese día. Cuando uno le dice a alguien: “¡Felicidades!”, generalmente lo acompaña de un algo más, de un trozo de corazón. Tengo mil motivos por los que felicitar a quienes quiero el día que nacieron. Por su santo, tenía cero. Nos gusta que nos llamen por nuestro nombre. Nos damos la vuelta cuando lo pronuncian en la calle; nos emocionamos cuando lo pronuncia nuestro amado el día de la boda; cuando crecemos en confianza con alguien, le pedimos “por favor, llámame Amalia”. Tenemos hasta “nombres de andar por casa”, esos que sólo conocen nuestros más íntimos, y que sólo ellos se atreven a utilizar. Sin embargo, siendo cada persona única e irrepetible en el mundo, compartimos nuestro nombre con muchos. Recuerdo mi primer catecismo. Recuerdo la primera frase de mi primer catecismo. “Señor, tú me conoces y me llamas por mi nombre. Yo también te conozco: Tú eres mi padre Dios”. Es el primer recuerdo que tengo de Dios: alguien que me conoce por mi nombre, pero de una forma muy especial. Es alguien a quien yo no veo, pero que lo ve todo de mí y me mira con amor “porque me llama por mi nombre”. Esta semana me recordaron un pasaje del Apocalipsis en el que se nos dice que cada uno tiene un nombre, un nombre único e irrepetible, un nombre por el que un día seremos llamados y nos sabremos y sentiremos conocidos en lo más intimo de nuestro ser. Un nombre escrito en una piedra blanca. Esta semana felicité a un amigo el día de su santo contándole eso, y diciéndole: “Rafa, feliz día de tu nombre”. Le gustó. Y me hizo pensar. Un nombre es mucho más que una forma de llamarnos. Nuestro nombre nos recuerda quién queremos ser y de dónde venimos; lleva grabado lo mejor de nosotros mismos y toda nuestra historia. Y para inspirar nuestra vida, la más importante obra de arte que tenemos en nuestras manos, nuestros padres nos ponían los nombres de hombres y mujeres “santos” que nos sirvieran de modelos, que nos protegieran en el camino hasta el día en que Dios pronuncie nuestro verdadero nombre: único, exclusivo, conmovedor… y santo. Qué emoción. No sé si lloraré o saltaré de alegría. Creo que lloraré. Rojo sobre gris. Mira que Dios es original.
Seguir a @AmaliaCasado

Amalia Casado
Licenciada en CC. Políticas y Periodismo
Máster en Filosofía y Humanidades
Buscadora de #cosasbonitasquecambianelmundo