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El 15M: ‘desambiguación’
Por Álvaro Abellán4 min
Opinión04-09-2011
El movimiento de los indignados suscitó filias y fobias en todos los ámbitos sociales. Les llovieron piropos desde ángulos tan dispares como Izquierda Unida y el Grupo Intereconomía. Disfrutaron de un trato de favor por parte de la ciudadanía y de los políticos, hasta el punto de recrearse en una impunidad que ya les ha empezado a pasar factura. El 15M también suscitó preguntas y desbarató prejuicios y etiquetas demasiado precipitadas. Pero esa indefinición, que al principio jugó a su favor, es hoy un lastre del que deben desprenderse si pretenden ser tomados en serio. Veamos algunas de sus contradicciones. La primera de ellas es que se consideran un movimiento sin ideología. “Rubalcaba y Rajoy, la misma mierda es”, corean. Dicen no ser ni anarquistas, ni comunistas, ni socialistas. Y aunque no me cabe duda de que hay muchos agitadores ideológicos entre ellos, yo creo que son sinceros. Es decir: que creen sinceramente no tener ideología… aunque es indudable que la tienen. Esa aparente contradicción se explica con la distinción de Ortega y Gasset entre ideas y creencias. Las ideas “se tienen”, y uno reflexiona críticamente sobre ellas. Sin embargo, desde las creencias, “se está”, y operan y dirigen la acción de uno de modo inconsciente. Cualquiera que sepa algo de ideologías sabe que el 15M huele a antisistema y humanitarismo social-comunista. Pero ellos mismos son incapaces de darse cuenta de que están atrapados en esa mentalidad. La segunda, es que este verano han querido convencernos de que respetan la religión católica, pero leyendo sus actas (5 de agosto, 10 de agosto, por ejemplo) cualquier persona informada ve que ni la respetan, ni la comprenden. Además, plantearon un boicot a la JMJ por cuestiones económicas, cuando lo cierto es que el balance de la visita del Papa se cierra con beneficios económicos y de imagen para España, mientras que el balance del 15M sólo acumula pérdida de ingresos y de imagen. En su manifestación del jueves pasado, llevaron por lema “abajo el capital”, identificando lastimeramente “capital” con “capitalismo”, entuerto que traté de resolver dialogando con uno de sus simpatizantes sin demasiado éxito. Una de sus actitudes fundamentales, bajo la apariencia de diálogo, es que cuando yerran descaradamente optan por callar. Ni rectificación, ni disculpas, ni reconocimiento a nada que se salga de sus consignas básicas, que consisten en protestar por casi todo y pedir dinero sin explicar cómo generar riqueza (según ellos, basta quitárselo a los ricos). Cuando uno revisa sus actas descubre que en ellas faltan, muy a menudo, nombres propios. Eso responde a la idea de que es más fuerte el “pensamiento colectivo”. Pero confunden pensamiento colegiado y diálogo creativo con la mezcolanza y suma de opiniones. Un pensamiento que no tiene autor(es), con nombres y apellidos, ni es pensamiento propiamente hablando, ni puede ser, en ningún caso, un pensamiento responsable, pues bajo la máscara del “uno dijo”, “se acuerda”, las expresiones quedan en un impersonal anónimo del que nadie se responsabiliza, del que nadie se siente obligado a dar cuenta. El anonimato colectivo, lejos de favorecer el pensamiento, favorece los radicalismos, los tópicos y el espíritu de masa, donde la singularidad de cada persona pierde su riqueza y queda diluida en un todo impersonal y deshumanizado. Hoy por hoy, el 15M ha quedado reducido a una mera etiqueta a la que ya aparecieron ligados: la de “indignados”. Pero un indignado que sólo se limita a indignarse, sin proponer soluciones creativas y comprometerse personalmente ellas, acaba perdiendo su dignidad y convirtiéndose en “indignante” para el resto de la sociedad. Creo que la inmensa mayoría de nosotros queremos decirles a esos chicos: “Vale, ya sabemos que estáis indignados. Nosotros también. Pero, por favor, dignaros. Dignaros a generar riqueza, y no a chupar del bote y a contentaros con que se la quiten a otros. Dignaos a proponer soluciones realistas y efectivas. Dignaos a ser personas, con nombres y apellidos y capacidad de compromiso personal superando el anonimato colectivo. Dignaros a pensar además de protestar. Dignaos a salir del tópico. Dignaos…” Porque la indignación se vuelve indigna e indignante si no provoca una acción dignificante. Sin embargo, allí donde personas con nombres propio empiezan a generar valor y riqueza para otros, los hombres edifican ese lugar donde la vida se ensancha.