¿TÚ TAMBIÉN?
Disfrutar del examen
Por Álvaro Abellán3 min
Opinión07-02-2011
Suelo decir a mis alumnos que un examen final universitario es como un All Stars o una final de la Champions League: una gran final deportiva, el partido por excelencia, un momento cumbre para brillar y sacar lo mejor de nosotros. Hemos entrenado todo un año para demostrar de qué somos capaces, y es nuestro momento. Lo digo al principio de curso y la mayoría sonríe, quizá por la ocurrencia del profesor, quizá porque intuye que algo de verdad hay, quizá porque les parece una broma, no de muy mal gusto, ya que el examen está todavía lejos. Pero el examen se acerca, y quien no entrenó durante el año quiere borrarse del partido. Incluso entre los mejores jugadores hay quien siente una tensión tremenda, duerme mal la noche anterior, reza a un dios del que no se acuerdan el resto del año y lo pasan realmente mal. Pero, si son de veras buenos jugadores y sin han entrenado bien durante el año, con el pitido inicial todo eso pasa a un segundo plano y, en la primera jugada en la que intervienen, ya sólo piensan en ganar el partido. Entran de lleno en la prueba que determinará sus límites, sus posibilidades, su grandeza, su única y especial personalidad, lo que ellos y sólo ellos pueden hacer de esa manera. Nada más existe, sólo ellos y los retos que deben superar. Evidentemente, los malos jugadores, y los que no entrenaron, quedan definitivamente desenmascarados. Los jugadores correctos nos brindan un buen partido y los espectadores y el entrenador disfrutan como se disfruta ante una figura correcta, ante una ejecución ajustada, ante algo que es, sencillamente, como debe ser. Pero los grandes jugadores saben que eso no es suficiente. Llevan un año poniendo su vida en cada entrenamiento y su vida es su vida, única e irrepetible, irreductible, original. No nacieron para hacer sólo lo correcto, nacieron para hacer lo correcto como sólo ellos lo pueden hacer. Y entonces brota la magia. Dicen que la magia es fruto del talento, y, en parte, es verdad. Pero no sólo hay talentos standard, sino que hay muchos talentos desperdiciados. La magia supone mucho trabajo y sacrificio y supone cierto talento o capacidad innata, pero exige, además de eso, ese talento personal que todos tenemos y que nos hace únicos e irrepetibles. Los hay con mejores condiciones que Magic Johnson o Zidane, con mejores porcentajes que Larry Bird o Andrés Iniesta. Pero no los hay como ellos. Son irrepetibles, porque se tomaron muy en serio a sí mismos, y nos lo demostraron el día del examen. Cuando recojo en clase los exámenes finales, veo cierta grandeza en mis alumnos. Algunos rostros muestran haber comprendido que no han llegado, y eso les hace nobles. Otros revelan que han jugado un buen partido, aunque saben que podrían haberlo hecho mejor, pues no siempre tenemos un gran día. Otros se muestran satisfechos por haber logrado algo correcto. Unos pocos han disfrutado de veras. Esos últimos, especialmente, me hacen disfrutar cuando corrijo, cuando veo su partido. Y aprendo mucho de ellos. Algunos tienen la oportunidad de verlo, pero sus jugadas y planteamientos enriquecen mis clases del curso siguiente, y sus sueños, descubrimientos y esfuerzos nos hacen mejor a los que quedamos y a los que vienen detrás. Porque cuando nos tomamos la vida en serio, los exámenes y pruebas del camino son para disfrutarlos, para brillar, para demostrar que podemos ensanchar los horizontes de nuestra vida y para iluminar a otros que deban pasar por ese trance. Cuando nos tomamos en serio la vida, el mismo examen de la vida es justo ese lugar donde la vida se ensancha.