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ROJO SOBRE GRIS

Los que nos enseñan a conducir

Fotografía

Por Amalia CasadoTiempo de lectura3 min
Opinión06-12-2010

Supongo que no todas serán igual, y que habrá de todo como en botica, pero la mía resultó ser excelente. Por fin, después de mucho esfuerzo, de vencer miedos y fobias, me presento al examen práctico del carnet de conducir. El teórico lo preparé en una semana. Estudié, fui a clase, hice test y aprobé el examen a la primera con cero fallos. Podría decir que por mérito propio, y es verdad que estudié, pero tuve un profesor excelente –Celes- que nos enseñó a interpretar situaciones, a entender el tráfico y sus normas, y que trató de inculcarnos responsabilidad y educación. Nos habían preparado para saber y no para un examen aunque sin perder de vista lo que teníamos que superar. Aprobamos todos los que nos presentamos, y es lo habitual en esta autoescuela. Aprender a conducir ha sido más lento y duro. No sabía ni dónde se encontraban los pedales ni mantener el coche en el carril. Tenía miedo: a los camiones, a las incorporaciones, a la velocidad, a los cruces, a los pasos de peatones... Nos ha llevado casi tres meses conquistar cierta confianza y llegar a este punto en el que, según el profesor –Carlos, hijo de Celes-, estoy preparada para presentarme al examen. Creo que será el primero al que vaya sin nervios. Lo mejor de esta experiencia a los 35 años ha sido descubrir la maravilla de ponerse en manos de alguien, la grandeza de confiar en otro que sabe más, que te guía a medida que te va conociendo, que te va marcando los pasos a dar y que es capaz de ver más allá que uno mismo. Dejarse hacer, dejarse modelar, dejarse enseñar... qué gozada. La clave para que suceda ese milagro ha sido darlo todo por mi parte. En mi caso, reconocerme indigente y necesitada, por un lado. Por otro, no rendirme en esos momentos en que me sentía realmente incapaz, con ganas de llorar, de bajarme del coche y abandonar. En tercer lugar, ser sincera con mi profesor: reconocerle mis limitaciones, avisarle de mis miedos y ayudarle así a conocerme para que supiera motivarme y exigirme. Por último, y más importante, un profesor que ha hecho lo mismo conmigo: darlo todo. Ni desalentarse ante mi torpeza, ni desesperarse con mis errores, ni dejar de poner en riesgo su vida cada día que salíamos a la carretera con un ser como yo al volante. Me ha aceptado como soy, ha buscado y encontrado la forma de ir enseñándome a mí -distinta de los demás e igual al resto al mismo tiempo- y ha logrado que desarrolle las habilidades necesarias para ponerme al mando de un volante con responsabilidad y confianza. El objetivo común, suyo y mío, el proyecto compartido, el horizonte de ambos –profesor y alumna- no ha sido aprobar el examen práctico, sino aprender a conducir. Ahora conduzco. Aprobaré o suspenderé, pero conduzco. Y, quizás, hasta llegue un día en que lo haga bien. Rojo sobre gris a los maestros que se juegan la vida enseñándonos a conducir. Cuánto pueden enseñarnos de la vida, y qué poco valoramos esta profesión de alto riesgo, llena de tópicos y tantas veces desprestigiada.

Fotografía de Amalia Casado

Amalia Casado

Licenciada en CC. Políticas y Periodismo

Máster en Filosofía y Humanidades

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