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Lo original y lo nuevo
Por Álvaro Abellán
3 min
Opinión25-10-2010
Ser original es, sin duda, un valor. Pero ser original no es nada sencillo. Por lo general, la mayoría de las personas que se lanzan a la pretensión de ser originales empiezan por confundir lo original con lo novedoso. Sin embargo, Antonio Machado sostenía que “lo original está reñido con lo novedoso” y Antonio Gaudí insistía en que “la originalidad es la vuelta a los orígenes”. Dos afirmaciones de creadores originales que pretenden combatir esa extendida idea que tan bien resume Gregorio marañón: “Las gentes que no piensan nada por sí solas, pensando al revés que las que ya han pensado, se creen también en posesión de ideas originales”. Quizá por eso hay quien dice que “si ser original es un mérito, pretender serlo, sin embargo, es un defecto”. Tal vez, a la confusión entre lo original y lo novedoso no contribuya sólo la superficialidad de muchas personas, sino también un rasgo muy característico de lo auténticamente original: “Cuanto más original es un descubrimiento, más obvio parece después”, decía Arthur Koestler. Y es cierto. Ser original tiene mucho que ver con ser capaz de hacer sencillo, trasparente e, incluso, obvio, algo profundo que, hasta entonces, nadie había expresado o revelado de esa forma. Por eso decía Karl Kraus, no sin cierta guasa, que hay imitaciones que preceden al original, pues “cuando dos tienen una idea, no pertenece ésta al primero que la tuvo, sino al que la tiene mejor”. Karl Jaspers apunta al centro de la cuestión cuando sostiene que lo original tiene que ver con lo originario. Lo original es lo que origina. Lo original es fuente de luz y sentido. Lo original revela una parte de lo real (o una mirada muy íntima sobre alguna realidad) que hasta entonces permanecía oculta al resto de los hombres. En la obra original vibra siempre la profundidad de lo descubierto y del descubridor. “Las obras de arte –escribió Juan Pablo II- hablan de sus autores, introducen en el conocimiento de su intimidad y revelan la original contribución que ofrecen a la historia de la cultura”. Por eso, también, lo original es íntimamente personal. Es fruto de una intimidad única e irrepetible que es descubierta y puesta a la luz y, de esta forma, lo que latía en el corazón de un solo hombre, puede brotar en el corazón de todos. Lo que fue original en uno puede ser originario en todos. Por eso, nunca agradecemos lo bastante a quienes han sido realmente originales. Y pocas cosas resultan tan empobrecedoras como la novedad por la novedad; pues la novedad, por sí misma, ésta vacía de contenido esencial y de intimidad personal. Hay una originalidad reservada a los genios. Brota cuando éstos se toman muy en serio tanto la realidad a la que miran como a sí mismos. Pero hay otra originalidad posible para todos los hombres, en la medida en que cada ser humano es único e irrepetible. Esta originalidad posible para todos consiste en empaparse de la originalidad de los genios, en beber de esas fuentes originarias que iluminan nuestra intimidad y originalidad propias. Eso nos exige ir a los orígenes, esos que otros supieron descubrir y que han querido compartir con nosotros. Cuando logramos atisbarlos, los reconocemos, pues algo en nuestro interior nos indica que es precisamente allí donde la vida se ensancha.