¿TÚ TAMBIÉN?
El reloj y el bolígrafo
Por Álvaro Abellán3 min
Opinión27-09-2010
Tengo delante de mí un Longines de bolsillo con más vida e historia que yo, que yo y mis padres, que yo, mis padres y mis abuelos. Una historia más grande que mi memoria y que algún día tendré que escuchar con bolígrafo y papel entre las manos, para rescatarla del olvido con ese remedo de eternidad que es la escritura. Tengo delante de mí ese bolígrafo, un Montblanc negro con mi nombre tallado que apenas tiene historia y que tal vez algún día contemple un hijo, un nieto o un sobrino. Doy cuerda al reloj. Un tic-tac discreto llena la habitación cuando dejo de aporrear el teclado con el que escribo este artículo. Un tic-tac que me interpela y me obliga a responder… y sólo hay dos formas de hacerlo. La primera, al modo del pirata Hook, aterrado por el paso del tiempo, obsesionado por el tic-tac del reloj que anuncia la cercanía del cocodrilo que se zampó no sólo su reloj, sino también esa mano que ahora sustituye un terrible garfio. La segunda, al modo del mejor Peter Pan, quien hace de cada minuto una aventura de amor que apunta a la eternidad. Es el paso del tiempo. El tic-tac nos recuerda que esta vida se consume y se gasta. Pero el tic-tac nos recuerda también que vivimos. El tiempo es el primer don. El don de esta vida. El don que hace posibles todos los otros dones y el don que es también nuestra primera responsabilidad. ¿Qué hacemos con el tiempo que nos ha sido dado? La vida se gasta, pero, ¿en qué y cómo queremos gastar nuestra vida? Hook intentó gozar al máximo del poco tiempo que tenemos por delante, ahogando el sonido del reloj, ignorando su paso, ignorando, por eso mismo, que cada segundo de esta vida puede tener su eco, su permanencia, su eternidad. Porque podemos construir nuestra vida, minuto a minuto, como peregrinos con los pies en la tierra y el corazón en el cielo; haciendo, de cada minuto ordinario, una aventura extraordinaria; apreciando cada segundo sin apegarnos a él. Un segundo para admirar, un segundo para sorprendernos, un segundo más para ser fieles, un segundo más para amar, para volver a apreciar cada detalle, a cada persona, cada textura, color, sabor, voz, recuerdo, proyecto o pensamiento. Un segundo más para olvidarlo todo, perdernos, desesperarnos, aburrirnos… y un segundo más para volver a nacer. Cada gesto de amor escribe una línea de una aventura imborrable, la aventura más personal de nuestra existencia. Cada segundo de amor escribe un renacer; y cada renacer nos recuerda algo que en el fondo ya sabíamos: que el amor da la vida y vence a la muerte. Que hay un amor indestructible más acá y allá del tic-tac. Y que cada tic-tac de nuestra vida que llenamos con amor anticipa un pedazo de eternidad. El reloj y el bolígrafo que tengo delante son regalos que algún desaprensivo podría tasar y poner precio. Pero lo que invocan estos regalos y que ahora relato torpemente no tiene precio ni tiempo. Y lo que invocan no me lo enseñaron los regalos, sino los regaladores. Mi familia; mis mayores; quienes me han mostrado que es posible encontrar en esta vida muchos segundos que nos hablan de la otra; que es posible anticipar aquí las alegrías y frutos de allí; que es posible encontrar ese lugar donde la vida se ensancha y se nos revela esa otra vida hermosa, plena e indestructible. Donde el tic-tac ya no asusta, donde no hay olvido, donde todo lo bueno es rescatado y donde todo es fiesta y alegría perennes. Mientras, a procurar que todo tic-tac sea un latido de amor; y todo lo que escribimos, un remedo de eternidad.