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ROJO SOBRE GRIS

Tú eres mi destino

Fotografía

Por Amalia CasadoTiempo de lectura3 min
Opinión20-09-2010

Es verdad. Me pasa a veces que de entre las mejores experiencias de mi vida están cosas que les suceden a las personas que tengo cerca, y que tengo la suerte inmerecida de poder compartir. Es verdad también que de esa manera pasan a formar parte de la mía, pero como algo de lo que soy testigo y no protagonista, lo cual pienso que puede ser hasta mucho mejor, aunque no sé exactamente por qué. Lo confieso: yo le admiro. Le admiro y le quiero y le necesito. Cada vez más. Y cuanto más tiempo pasa más le admiro, más le quiero, más le necesito y más enamorada estoy de él. Lo curioso es que cuanto más le quiero más objetiva soy y, objetivamente, Dios ha elegido para mí un marido que supera hasta el infinito cualquiera de mis expectativas, sueños e ilusiones. Leeré su tesis; esas casi ochocientas páginas llenas de letra que durante 10 años ha madurado. Pero lo cierto es que vivo con ella. Delante de mí, durante todos estos años, se ha producido un milagro del que me he hecho consciente estos días: mi marido ha escrito una tesis que es vida y ha ido suavemente configurando la suya y la nuestra conforme a ella. No ha elaborado una tesis para superar el trámite burocrático necesario para ser doctor; ni siquiera eligió un tema porque fuese fácil, difícil, original o de moda: dice que fue llegando como una misión; que, como toda misión, le superaba; y, como toda misión bien realizada, se testimonia con la propia vida y se contagia sin que uno sepa cómo ni cuándo ni cómo ha sido posible. "Tengo mi misión- decía el recién beatificado Cardenal Newman- soy un eslabón en una cadena, un vínculo de unión entre personas. No me ha creado para la nada". Cuando miro a mi marido con los ojos del corazón -esa forma que tenemos de ver las cosas en que adquieren su más auténtico brillo y sentido- me pasa algo así como cuando contemplo la inmensidad del firmamento: veo mi vida y la suya hacia atrás, y no puedo poner nombres a tantas personas de las que somos hijos, pero veo el milagro que es mi marido, el milagro que soy yo, y el milagro que es nuestro matrimonio. Me emociono cuando pienso que ni mucho menos elegimos quién queremos ser, sino que, de alguna manera, la clave de la felicidad posible es aceptar la misión a la que soy llamado. En la defensa de la tesis estaban presentes algunos de los últimos eslabones de esas cadenas de nuestras vidas, esas a las que sí puedo poner nombre y rostro. Y me invade una sensación de eterna deuda al pensar que nunca podrá ser lo suficientemente agradecida con quienes han contribuido para que yo tenga el regalo inmerecido e impagable de un compañero de viaje que cada día acepta su destino, y que a mí -que soy más torpe- me acerca al mío... que es él. Rojo sobre gris a esos maridos que hacen de su vida camino y luz para sus mujeres y para el mundo.

Fotografía de Amalia Casado

Amalia Casado

Licenciada en CC. Políticas y Periodismo

Máster en Filosofía y Humanidades

Buscadora de #cosasbonitasquecambianelmundo