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Entre Dios y Hawking

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura2 min
Opinión06-09-2010

El nuevo libro de Stephen Hawking ha hecho correr ríos de tinta, y eso que aún no ha sido publicado. Quizá ahí está la clave, y su polémico y anunciado contenido no sea más que una estrategia de márketing para vender más. Ya se sabe: que hablen de ti, aunque sea mal. El caso es que Hawking abandona su ambigüedad respecto del hecho religioso y traspasa definitivamente la frontera entre la física -para la que está especialmente dotado- y la metafísica, para la que se muestra menos fino que un párvulo. De entrada, su modo de plantear la cuestión siempre se ha fundado en un falso dilema entre lo científico (en su sentido reducido de estudiar el mundo sensible) y la fe religiosa, ignorando las llamadas ciencias del espíritu (de lo inmaterial), como es el caso de la Filosofía. En el debate estrictamente lógico sobre la existencia de Dios, puestos a apostar por una de las dos hipótesis (su existencia o su no existencia), resulta más lógica la primera, y así lo ha sostenido la Teoría de la Naturaleza, la Metafísica, la Teoría de la Ciencia y la Lógica más rigurosas de los últimos 2.500 años. La propia Física que él explica, exige unos principios que no son físicos, sino metafísicos, sobre los que quizá debería reflexionar más en serio. Otra cosa es la cuestión de la fe, donde, verdaderamente, la razón llega hasta un punto en el que debe callar y el hombre ha de escuchar más dentro de sí a una voz que está más lejos de donde llega su razón. Aun así, las preguntas que nos unen a todos los hombres (sobre la felicidad y el sufrimiento, sobre la vida y la muerte, sobre el trabajo y la fiesta, etc.), tomadas en serio, nos ponen frente al misterio de lo que nos supera. En su Carta a los buscadores de Dios, los obispos de la Conferencia Episcopal Italiana recogen esas inquietudes y distinguen sabiamente no entre creyentes y no creyentes, sino entre pensadores y quienes han renunciado a pensar. Pues quienes piensan y tienen esas preguntas siempre presentes, no pueden dejar de dudar. Así, el creyente viene a ser un ateo que cada mañana quiere creer, mientras que el ateo es un creyente que cada mañana se repite que Dios no existe. Tal vez Hawking, Dios sabrá por qué, después de permanecer en una cómoda ambigüedad respecto de este tema, ha sentido la necesidad de apostar en su respuesta. Bienvenida sea su apuesta y su entrada en el debate siempre que, por favor, nos dejemos de argumentos falaces y no hagamos decir a la Física lo que la Física no puede decir. Allí donde los hombres se confrontan con las preguntas importantes, sin merma ni desviación, sin argumentos falaces, creyentes y no creyentes seremos más capaces de edificar, juntos, ese lugar donde la vida se ensancha.

Fotografía de Álvaro Abellán

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Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach