ROJO SOBRE GRIS
De una tierra casi inhabitable
Por Amalia Casado3 min
Opinión13-06-2010
No hay como escuchar para descubrirse un ignorante. Quizás es inseguridad, o complejo de inferioridad o, sencillamente, realismo; pero a mí me pasa. Durante casi cinco días no he hecho sino escuchar a personas hablar. Ciertamente, no eran personas cualesquiera, sino hombres y mujeres con cosas que decir, con mucha vida, lecturas y reflexiones a sus espaldas. Así que cada noche, al acostarme, leía con empeño “mi paginita” –como me dice mi marido- intentando vencer el sueño, motivada por un ardiente deseo de saber más y parecerme más a ellos. Cada día tengo que vencer la tentación del desaliento y casi volver a empezar, porque cada mañana siento como si una goma de borrar hubiese suavizado los contornos de las cosas que he leído, como si se difuminaran y amenazaran con desaparecer. El caudal de cosas que hacer se devora el tiempo que podría dedicar a estudiar, y llevo ya muchos años haciendo más y estudiando menos. Quizás el equilibrio entre ambas debería ser capaz de encontrarlo cada día, pero lo cierto es que en mi vida va por épocas. Así soy, y con estos mimbres tendré que hacer el cesto. El caso es que estudio y olvido y una de las razones es que no leo suficiente ni con la sistematicidad adecuada porque, según me dicen, el cerebro va generando con la lectura como conexiones que son autopistas que cuanto más se refuerzan a base de lectura de las mismas cosas mejor asfaltadas están y más ayudan a fijar ideas y a que circulen y se relacionen con fluidez. En fin. Ahora estoy con el repaso de la Historia de España, y curiosamente me he encontrado con una frase del geógrafo e historiador griego Estrabón, que dice así refiriéndose a la península Ibérica, hace más de 2.000 años: “Es un país cuya mayor extensión no es casi habitable, de suelo pobre y desigual: los hispanos sólo pueden estar peleando o sentados”. Se ha removido un cierto orgullo al identificarme con ese carácter contemplativo y conquistador que se revela en la apreciación de Estrabón, y una sorpresa al constatar lo lejos que se remontan las raíces de quién soy y cómo soy. Porque me siento así, como una combinación de ambas cosas siempre en tensión: contemplativa en la lucha y luchadora en la contemplación ¿Qué se puede hacer sentado? Observar, estudiar, comer y charlar. Respecto a la lucha, ¿con qué ímpetu se puede combatir si no es animado por una motivación madurada en el combate verbal en buena compañía, en el intercambio de experiencias a la sobremesa de una buena comida, y en la reflexión sosegada en la soledad del escritorio? Decía alguien esta semana, en las muchas conversaciones que he presenciado, que los españoles se desvelan como especialmente aptos para lo académico y para esa reflexión intelectual que sirve para la vida, que no es simple letra muerta o pensamiento descarnado. Pues claro: es el fruto sólido, solvente y vigoroso cuando brota de una tierra casi inhabitable. Rojo sobre gris a los frutos de esta tierra.
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Amalia Casado
Licenciada en CC. Políticas y Periodismo
Máster en Filosofía y Humanidades
Buscadora de #cosasbonitasquecambianelmundo