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SIN CONCESIONES

Me gusta esquiar

Fotografía

Por Pablo A. IglesiasTiempo de lectura2 min
Opinión12-04-2010

Cuando somos niños, en los sueños aparece con frecuencia la fantasía de volar. Tan grande ilusión se hace realidad con un simple movimiento de brazos o con un salto hacia lo alto. Volar parecer facil porque nuestra mente alimenta el motor de los anhelos hasta conseguir que parezcan de verdad cuando dormimos. Luego crecemos, maduramos y nuestras preocupaciones son otras. Ya no soñamos con volar. Pero la fantasía sigue viva. Saltar en paracaidas puede asemejarse al vuelo de los pájaros. Lanzarse atado con una cuerda desde un puente quizá reproduzca durante segundos la misma sensación. Pero el hombre no ha nacido para volar, aunque hay algo que quizá se le parezca. A mí me ocurre al menos cuando me deslizo en la nieve cuesta abajo por una montaña. Esquiar es como dar brazadas en una piscina repleta de calma, es entrar en estrecho contacto con la naturaleza, es escuchar el silencio únicamente interrumpido por el corte que los esquíes producen en la nieve, es correr sin necesidad de mover las piernas, es surfear sobre tierra firme, es observar la majestuosidad de las montañas, es comprender la grandeza de la creación divina y, sobre todo, es entender la humilde figura que representamos los seres humanos. En lo alto de la cumbre, dan ganas de cerrar los ojos y alzar los brazos como si fuéramos a emprender el vuelo cuando comenzamos a deslizar los pies sobre el manto tupido de blanco. Estas y otras muchas cosas debía de pensar también un tocayo mío al que nunca conocí en vida. Se llamaba Pablo Domínguez Prieto. También le encantaban las cumbres, aunque su particular debilidad era el montañismo. Murió hace poco más de un año cuando descendía el Moncayo. Iba acompañado de Sara, con quien sí tuve el placer de coincidir en la universidad. Ahora, estoy rememorando sus últimas horas a través del libro Hasta la cumbre. Recoge sus últimas conferencias, en las que habla de la vida, del perdón y de la muerte. Caprichos del destino, horas después de enseñar a otros cómo enfrentarse al final de la existencia, la muerte le llegó a él. Estos días en la montaña me he acordado de Pablo y de Sara. Me he acordado de mi familia, que me enseñó a amar la naturaleza desde dentro. Me he acordado de los que gritan a favor del medio ambiente pero son incapaces de apreciar la belleza del descenso por una ladera repleta de nieve. Me he acordado de las cosas importantes de esta vida y me he olvidado, precisamente, de las circunstanciales, las superfluas y las efímeras, esas que tantos dolores de cabeza nos traen a diario y tan banales son para nuestra existencia. Ojalá tuviéramos más presentes las realmente trascendentes. La vida nos irían mejor a cada uno de nosotros y a todos en conjunto.

Fotografía de Pablo A. Iglesias

Pablo A. Iglesias

Fundador de LaSemana.es

Doctor en Periodismo

Director de Información y Contenidos en Servimedia

Profesor de Redacción Periodística de la UFV

Colaborador de Cadena Cope en La Tarde con Ángel Expósito