¿TÚ TAMBIÉN?
El retrato de nuestro tiempo
Por Álvaro Abellán3 min
Opinión21-02-2010
Todavía hoy el nombre de Oscar Wilde aparece vinculado al escándalo. Sin embargo, su única novela, El Retrato de Dorian Grey, es profundamente moral. El artista de corazón noble Basill Hallward encontrará a un joven hermoso e inocente que le inspirará el ideal de su mejor arte: Dorian Gray. Éste caerá, no obstante, bajo la influencia de lord Henry, maestro de la paradoja, capaz de justificar con palabras las malicias que muchos pretenden, pero que muy pocos se atreven a confesar. De ahí que sea un personaje tan peculiar y solicitado, pues sus palabras legitiman, justifican y aplauden las inmoralidades que el resto desean cometer, aunque jamás lo confesarían. “Nada como los sentimientos para curar el alma, así como nada para como el alma para curar los sentimientos”. “La humanidad se toma demasiado en serio. Este es precisamente el pecado original del mundo”. “Las mujeres son un sexo meramente decorativo. No tienen nada que decir, aunque bien es cierto que lo dicen deliciosamente. Representan el triunfo de la materia sobre la mente, así como los hombres representan el triunfo de la mente sobre la moral”. “Siempre que el hombre comete una estupidez, lo hace atendiendo a los más nobles motivos”. “El único encanto que posee el pasado es precisamente ese, que ha pasado”. “Ni siquiera las virtudes cardinales logran compensar unos entrées semifríos”. Por estas y otras apreciaciones, Dorian prefiere la compañía de lord Henry a la de Basill, de quien dirá: “No desearía verle a solas. Dice cosas que me incomodan. Me da buenos consejos”. No obstante, Dorian heredará de Basill un retrato que ha atrapado el alma del joven. La vida inmoral y grotesca de Dorian no afectará a su imagen, pero mudará el cuadro en el que Basill retrató su alma, afeándolo, envejeciéndolo, mostrándole su verdadero y repugnante rostro. El cuadro será la conciencia de Dorian. Por eso querrá destruir el cuadro… pero destruir nuestra conciencia y nuestra alma viene a ser destruirnos a nosotros mismos. El lector medio tiende a identificar a Oscar Wilde con lord Henry, pues en él puso el autor toda su brillantez y genialidad para las paradojas y los epigramas. Pero conviene recordar que el artita de la novela es Basill, y que Wilde se sabe, antes que nada, artista. Lord Henry representa en realidad la hipocresía de una época, que es también la nuestra. Sus palabras y razones justifican brillantemente cualquier atrocidad, aunque cuando mira a su conciencia sabe que son razones falsas. Pero la obra de Wilde recoge bien las justificaciones que nos hacemos, al revelarnos la psicología de un Dorian Gray cada vez más inmoral… pero más pagado de sí mismo. Sabemos que Wilde sufrió el desprecio de su época, fue tachado de inmoral y tuvo que exiliarse y publicar bajo pseudónimo. Pero sabemos también que, poco antes de morir, se bautizó como católico. Quizá por aquello que más tarde diría Chesterton: la Iglesia católica es la única que te asegura que tus pecados te son perdonados. Al final de su vida, Wilde quiso hacer lo que no se atrevió a hacer Dorian Grey. Lo que le pidió Basill que hiciera y por lo que Dorian le dio muerte. Arrepentirse y rezar. El propio Dorian lo sabía: si se hubiera arrepentido a tiempo, el cuadro, su conciencia, su alma, habrían quedado tan limpias y hermosas como cuando era inocente, cuando lo retrató Basill. En el fondo, Oscar Wilde, sólo pretendía decirnos una cosa. Por más que disfracemos nuestra inmoralidad con argumentos hipócritas, seguiremos en la infelicidad y en las sombras. Sólo entre hombres que aun cayendo desean siempre ser mejores puede edificarse ese lugar donde la vida se ensancha.