ANÁLISIS DE CULTURA
La luz de una estrella
Por Marta G. Bruno2 min
Cultura20-09-2009
Joaquín Sorolla se despide del Museo del Prado con un récord de visitas apabullante. Quién lo diría. Y es que el pintor valenciano no era de buen menester en el siglo XIX. Lo que demuestra que muchas veces nos equivocamos al juzgar las peripecias del prójimo. En 1881, Sorolla las pasó “canutas” cuando trataba de hacerse un hueco en la capital con sus obras. Sus tres marinas valencianas pasaron de largo ante la temática que se llevaba entonces, la historia y el drama. Lo que demuestra que llevamos atados a las modas desde hace tiempo. El Museo del Prado, el que ahora le otorga el placer de la fama, el que le da las gracias por ser la exposición más vista en una década, fue de hecho su cuna del saber. Sorolla se dio cuenta de que debía aprender de los grandes, véase Velázquez, para llegar a ser como ellos. Se empapó de la etapa realista y, Voilà, comenzaron a llover los premios. Porque, como sus colegas le enseñaron durante su estancia en Madrid, “aquí, para darse a conocer y ganar medallas, hay que hacer muertos”. Sorolla nos llega tarde. Porque hasta ahora, su sabor mediterráneo, esa luz cegadora que tan bien sabía plasmar y la pulcritud y detalle con la que dibujaba los cuerpos humanos, -como en Desnudo de mujer, durante su etapa de culminación- son aspectos que denotan, no sólo la vocación de este artista, sino su capacidad para aprender de los maestros de la pintura. Ahora los 14 paneles que pintó para la Hispanic Society de Nueva York marchan hacia su ciudad natal, Valencia. Todo ello mientras Alejandro Amenábar se arrepiente de haber creado su última película, Agora, que entra dentro del paquete de superproducciones con presupuestos desorbitados. El director ahora, pese a que no le asusta, sí se queja de haber dirigido la película más cara del cine español (en un momento en el que el horno no está para bollos), mientras se le da bombo y platillo al marketing que la cinta produce, estirando al máximo el provecho que se le puede sacar, por ejemplo exponiendo los trajes que se usaron en esta visión de la caída del Imperio romano. Lo hecho, hecho está. Lo más curioso es conocer el momento en el que se le ocurrió recordar a Ptolomeo y Alejandría: durante una discusión sobre si existía vida inteligente en el universo.
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Marta G. Bruno
Directora de Cultura de LaSemana.es
Licenciada en Periodismo
Estudio Ciencias Políticas
Trabajo en 13TV
Antes en Intereconomía TV, La Razón y Europa Press