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La risa prohibida

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura3 min
Opinión19-07-2009

La risa: ¿una medicina o una enfermedad? El imaginario colectivo contiene personajes antitéticos que ríen. Quizá dos extremos los conforman San Francisco de Asís y el Jocker, el archienemigo de Batman. Francisco de Asís, personaje real, aunque distorsionado por múltiples prejuicios, es reconocido por su espíritu risueño, su optimismo conquistador y su alegría perfecta aun en las situaciones más complicadas. Jocker, personaje ficticio, encarna por el contrario un ideal muy real: el de una risa más allá del bien y del mal, caprichosa, hueca, vana, más terrorífica por lo que tiene de inhumana que de malvada. Nietzsche escribe que “quien escala las cimas más altas se ríe de todas las tragedias, ya sean reales o ficticias”. Para un hombre ateo que contempla la crudeza del mundo moderno, reírse puede ser la única salida; y lo cierto es que la ironía y la sátira son en buena medida las formas de humor contemporáneo. Pero la risa de Nietzsche suena hueca, falsa, inhumana, porque sólo quien ya no es hombre (¿será super-hombre? ¿super-villano?) es capaz de reírse de las tragedias reales. Chesterton invirtió la imagen: dice que sólo los sencillos y humildes pueden llenar su corazón de alegría, gratitud y admiración. Quien mira desde la cima (la soberbia) no puede sorprenderse por nada; quien mira desde abajo (la humildad) todo lo ve grandioso. Aristóteles empieza su Poética diciendo que nos hablará primero de la tragedia y, más adelante, de la comedia. Sin embargo, cuando el Estagitira termina de hablar de la tragedia finaliza, también, su manuscrito. No sabemos si llegó a escribir el resto de la obra y, si lo hizo, dónde y cuándo se perdió esa parte. El caso es que Umberto Eco propone en su novela El nombre de la rosa una hipótesis ficticia: los monjes medievales quemaron la parte de la Poética donde se habla de la comedia porque “reír es pecado”. Sin embargo, conservaron la parte de la tragedia porque la catarsis que proporciona eleva el espíritu del hombre al diálogo con lo trascendente. Puede dar la impresión de que la vida religiosa de sacrificio y humildad es seria, pesada, sin oportunidad para la risa. Pero el hecho es que cuando uno visita un convento de clarisas (por ejemplo, el de Lerma) o de carmelitas (por ejemplo el de El Escorial) lo que más le llamará la atención es la alegría, la libertad de espíritu y la risa de las monjas. Cuando uno examina la literatura monacal y la arquitectura medieval, verá mucho más humor que en la literatura y la arquitectura contemporánea. El astronauta en la fachada de la catedral de Salamanca o la rana sobre la calavera en la casa de las conchas no son innovación alguna, sino que se entroncan en una tradición milenaria consistente en jugar con el pueblo al proponerle algunas figuras sacadas de contexto o claramente provocadoras, como los monjes condenándose en el infierno junto con las gárgolas o la talla de mitos paganos en el corazón de templos cristianos. El caso es que los monjes medievales sí reflexionaron sobre la risa, y si Nietzsche o Eco hubieran leído sus reflexiones, tal vez habrían matizado su discurso. El abad Burcardo de Bellevaux (siglo XII) escribió una Apología de las barbas donde humor, seriedad y sabiduría van constantemente de la mano. Burcardo sostiene que hay dos formas de reír: la risa gozosa (cum jucunditate), que honra a la sabiduría porque nace del entusiasmo que ésta provoca, y la risa vana (cum jocositate), que no engendra sino estupidez. Y alienta a los monjes a que todo sirva de ocasión para un pensamiento gozoso y alegre (jucunda consideratio). Hay risas que matan, y son las que rebajan al hombre, sea ridiculizándolo a él o minusvalorando sus males y tragedias. Supongo que esa risa es la que todos querríamos desterrar de un mundo perfecto. Pero hay risas que dan la vida, y son las que elevan al hombre a lo mejor de sí mismo, las que le entusiasman, las que contagian a los hombres y les llevan a edificar, juntos, ese lugar donde la vida se ensancha.

Fotografía de Álvaro Abellán

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Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach