¿TÚ TAMBIÉN?
"Para colmo, el mal tiempo"
Por Álvaro Abellán
3 min
Opinión10-05-2009
Ya le dije, querido lector, que no me provocara. ¿Que se quedó con ganas de más primeras frases de grandes obras literarias? Pues vamos con otro puñado de ellas. Para colmo, el mal tiempo. Un pensamiento recurrente en tantos de nosotros que revela además el vínculo entre lo que acontece fuera y lo que late en nuestro corazón. No deja de ser una provocación de Hemingway al situarla como primera frase de una obra cuyo título reza París era una fiesta. Al despertar Gregor Samsa una mañana, después de un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto. La construcción de la frase, y lo cotidiano de toda la situación hasta el final de la misma, contrasta con el descubrimiento de quien acaba de despertar. Un despertar a un tiempo real y simbólico, que enlaza fábula y realismo hasta el final de este cuento de Frank Kafka titulado La Metamorfosis. Quizá hemos leído ya ese relato, pero: ¿Por qué es un despertar, una iluminación, el que el bueno de Gregor se descubra a sí mismo como un mero insecto? Si no tenemos la respuesta, es que la obra no nos reveló su secreto. En mis primeros y más vulnerables años, mi padre me dio un consejo que no ha cesado desde entonces de darme vueltas por la cabeza. El consejo, evidentemente, es memorable. Pero aún más lo es tratar de descubrir algo sobre el pasado misterioso de El gran Gatsby, ese millonario solitario retratado por Scott Fizgerald que parece tener la cabeza en otro tiempo, a pesar de vivir en la era del jazz, los felices años 20 en EE UU. Debo a la conjunción de un espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar arranca Ficciones, de Jorge Luis Borges. Una frase que nos introduce en el universo entre fantástico y científico, escéptico y matemático, realista y metafórico del propio Borges. Doblegado ante la autoridad y la tradición de mis mayores por una ciega credulidad habitual en mí y aceptando supersticiosamente una historia que no puede verificar en su momento mediante experimento ni juicio personal, estoy firmemente convencido de que nací el 29 de mayo de 1874, en Campden Hill, Kensington, y de que me bautizaron según el rito de la Iglesia anglicana en la pequeña iglesia de St. George, situada frente a la gran Torre de las Aguas que dominaba aquella colina. Así comienza el genial Chesterton su Autobiografía, una deliciosa disertación de este genial autor sobre su propia vida. Lo de menos en esta obra es su vida. Lo esencial es lo que este autor hizo con su vida y con esta obra: defender el valor de la tradición y la fe con una alegría, una solvencia intelectual y con una agudeza inigualables. No importa que no le interese la vida de este tipo, si usted, querido lector, tiene sentido común y sentido del humor, le encantará esta obra. Gracias, queridos lectores, por mandarme geniales primeros párrafos que me han obligado a acrecentar mi lista de lecturas pendientes. Cuando los lea, quizá me anime a recomendar dichas obras, provocando a otros amigos son sus geniales primeros párrafos. Hasta entonces, sigamos intercambiando lecturas que nos han cambiado la vida. Ese compartir desinteresado de los grandes descubrimientos personales es una oportunidad como pocas de edificar entre nosotros ese lugar donde la vida se ensancha.