ROJO SOBRE GRIS
Tu nombre
Por Amalia Casado
2 min
Opinión22-03-2009
Escuchaba la conferencia apoyada en el marco de la puerta, que estaba abierta. Había mucha gente en el salón de actos, sentada en sillas, pero ella estaba de pie, justo en la entrada. Nos acercamos mi hermana y yo con sigilo. Cuando estuvimos justo detrás y podía ya tocarla, puse la mano sobre su hombro suavemente para llamar su atención, y mientras giraba la cabeza para mirarme, le pregunté: ¿Es aquí el encuentro? Me miró a los ojos y me contestó: Sí, es aquí. Me respondió como si no me conociera, como si jamás me hubiese visto en la vida. Pasaron unos segundos, largos. Me miraba con ojos redondos y abiertos, sin pestañear. Estaba como petrificada, como procesando lo que veía. Entonces la cara se le transformó, como si no diera crédito, como si se le hubiera aparecido un fantasma. Yo soy su hija y ella es mi madre, pero no me había reconocido. Tardó varios segundos en darse cuenta de quién tenía delante, y tuvo que ver que mi hermana estaba a mi lado para corroborar que era yo, exactamente yo, quien estaba delante de ella: ¡Mamá!, le dije, ¡soy yo! Salió de su garganta como un grito, como un ¡ay! profundo y grave, y balbuceaba algo sin saber qué decir. La abrazamos mientras le tapábamos la boca para que no siguiera gritando. Estaba tan contenta… Fue una sorpresa. Le habíamos dicho que no iríamos, que nos quedaríamos en Madrid. Cinco minutos antes de vernos, mi hermana la había llamado por teléfono mientras llegábamos en coche con mi padre, a quien le pasó algo parecido media hora antes. No creían que éramos nosotras. Por eso no nos vieron. Hoy escribo tarde, muy tarde. Pienso en Pablo, nuestro director, que estará esperando a que llegue este artículo para terminar el periódico. Pero pienso también en el sábado, en la alegría de unos padres que se reencuentran con sus hijas cuando no las esperaban. Pienso en que encontrarse de verdad con alguien es un reconocerle, un volverle a conocer profundamente. En el corazón de mi madre y en el de mi padre cuando nos vieron debió de producirse algo así, un: “Son ellas; son ellas de verdad”. Pienso que a veces hay que creer para ver. Pienso que a quien sea que conozcas, lo reconoces cuando te llama por tu nombre; que el nombre de una madre deja de ser el que sea para ser “mamá” y el de un padre deja de ser el que fuese para ser “papá” porque, en el fondo, tener un nombre es ser alguien para alguien y nuestro nombre no es sino el eco del amor. Rojo sobre gris a todos los niños que tienen un nombre aunque nunca, nadie, lo llegue a pronunciar. Rojo sobre gris a quienes los ven porque creen.
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Amalia Casado
Licenciada en CC. Políticas y Periodismo
Máster en Filosofía y Humanidades
Buscadora de #cosasbonitasquecambianelmundo