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ANÁLISIS DE ESPAÑA

Basado en hechos reales

Fotografía

Por Alejandro RequeijoTiempo de lectura3 min
España07-12-2008

Una película alemana compite estos días en las carteleras contra las últimas aventuras del agente Bond y otros pelotazos tan habituales en estas fechas navideñas. Se llama La ola. Dirigida por Dennis Gansel y ambientada en la Alemanía actual, esta película se basa en hechos reales. En como un experimento académico sirvió para abrir los ojos a más de uno. Semana de proyectos en un instituto cualquiera y un profesor decide abordar el tema de la Autocracia de manera práctica con una clase de chavales. Chicos y chicas más o menos inteligentes, con más o menos dinero, con más o menos inquietudes o talento. Llegados desde el este y el oeste del país. Hasta un inmigrante turco en una Alemania que algo sabe de las consecuencias que puede tener entregarle a un individuo o un grupo el poder absoluto sobre la masa. Precisamente de ahí parte la iniciativa. Un joven pregunta si después de lo que pasó en el pasado siglo sería posible implantar de nuevo un totalitarismo similar. El profesor otorga a sus alumnos la posibilidad de comprobarlo en sus propias carnes. Comienza la disciplina, los uniformes y las normas. Y se eliminan las individualidades. Pero también empieza la igualdad entre todos. Comienzan a verse seducidos por la fortaleza de la que disfrutan al estar unidos. Como un bloque que les da poder sobre quien está fuera de él. En detrimento de una libertad que van perdiendo sin darse cuenta. Da igual si eres del este o del oeste. El inmigrante ya no es un turco, es uno más de La ola. El marginado de la clase empieza a sentirse útil. Los matones que antes le acosaban, ahora le aceptan y le protegen de otros matones. La cosa va a más y aparecen los símbolos, el saludo y otras señas de identidad que les igualan y al mismo tiempo les diferencian del los que no son de La ola. Lo más impresionante es que este movimiento no se forma en torno a ninguna ideología concreta. Se forja como un bloque cuyos miembros se protegen y –aquí llega el problema- atacan a quienes no son como ellos. Al diferente. Al que no quiere llevar sus camisas, ni hacer su saludo. Al que no quiere actuar como ellos. Al final, lo que nace como una iniciativa académica, acaba derivando en un monstruo. Formado por personas que se comportan como animales a fin de defender su manada. El que no les apoya simplemente es un traidor que merece ser sacrificado. Para algunos La ola se ha convertido en su vida y, aun conscientes de su fracaso, no conciben su existencia fuera de ella. A Ignacio Uría le han matado por no ser parte de esa otra ola donde la ideología tampoco juega ya ni siquiera un papel protagonista. Formada por salvajes -cada vez más jóvenes- que no conciben su vida fuera de las pistolas y la violencia. Seducidos por el poder que les reporta estar dentro o víctimas por la desprotección que sufren al estar fuera. La última víctima de ETA, un empresario de 70 años, era un traidor que merecía ser sacrificado. No merecía defensa o compasión ninguna. “Que siga la partida”, dijeron algunos con el cadáver caliente. Muerte al maketo en el País Vasco o al Borbón en Cataluña. El poder del pensamiento único, del comportamiento único, sigue siendo una amenaza en cualquier lugar en el que las diferencias se conciban como un problema. Cuando se cumplen 30 años de la Constitución, una norma que protege al individuo por encima de cualquier colectivo, la pregunta sigue estando ahí: ¿es posible una autocracia en el mundo actual? Vean La ola, o viajen a Azpeitia o escuchen algunos discursos.

Fotografía de Alejandro Requeijo

Alejandro Requeijo

Licenciado en Periodismo

Escribo en LaSemana.es desde 2003

Redactor de El Español

Especialista en Seguridad y Terrorismo

He trabajado en Europa Press, EFE y Somos Radio