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SIN CONCESIONES

Del miedo a la indeferencia

Fotografía

Por Pablo A. IglesiasTiempo de lectura3 min
Opinión07-12-2008

El asesinato de Ignacio Uría me deja helado. Siempre ocurre con cada atentado de ETA. Sin embargo, este crimen es capaz de causar una triple perplejidad por el método empleado, por la nula reacción social que ha provocado y por la falta de respuestas políticas. Matar a otro ser humano no debe de ser fácil, mucho menos aún de dos tiros, a sangre fría, frente a frente. Así asesinaron a Ignacio Uría los dos pistoleros de la banda de mafiosos, criminales e inhumanos que integran ETA. Todas las víctimas son iguales, pero en este caso han matado a un vecino. Uría vivía en Azpeitia, un pueblo de mayoría independentista donde residen muchos simpatizantes etarras. Uría no era uno de ellos, pero se reconocía nacionalista y votante del PNV. Estaba mucho más próximo a las demandas políticas de los terroristas que cualquiera otra de sus víctimas. Sin embargo, fueron a por él. Esperaron a que saliera de trabajar. Sacaron las pistolas. Se pusieron frente a él. Le apuntaron y... ¡bang! Una vida menos, una víctima más. Su familia lloró su muerte, y poco más. Azpeitia es un pueblo pequeño de apenas 3.000 habitantes. Todos los vecinos conocían a Ignacio pero sólo nueve de ellos se manifestaron a la mañana siguiente en su homenaje. Sus mejores amigos, con los que cada tarde jugaba a las cartas, recibieron impasibles su asesinato. Buscaron a otro y prosiguieron con la partida como si nada. El asesinado podía haber sido cualquiera de ellos pero no movieron un dedo. Puede que ETA hubiera matado a su compañero pero ellos ya debían de tener muerto su corazón mucho antes del crimen. Ni un quejido, ni una protesta, ni un lamento, ni una lágrima. Al menos, en público. Una sociedad que ni siquiera tolera rendir tributo a los muertos es una sociedad inerte, inhumana, carente de libertad y paupérrima en valores. Cuando un pueblo vive atemorizado por cuatro pistoleros acaba secuestrada la conciencia social, desaparece toda clase de libertad, se esfuma la igualdad y vuelan el resto de derechos fundamentales. Frente al crimen y la injusticia, sería fácil que surgiera el todos a una de Fuenteovejuna o el ojo por ojo de los judíos. Pero en el País Vasco existe demasiada indiferencia y muy poca gallardía. Un vecino puede tener miedo, la sociedad no. El individuo puede tener miedo, un gobierno no; dos gobiernos, menos aún. La inacción del lehendakari, por habitual, huele desde hace años a complicidad. La de Zapatero, por intermitente y reiterada, suena a dejadez y arbitrariedad. Cuando ETA asesinó el 7 de marzo al socialista Isaías Carrasco, Zapatero decretó varios días de luto y prometió echar a los terroristas de los ayuntamientos. Faltaban dos días para las elecciones generales. El PSOE puso en marcha su maquinaría propagandística para ganar los comicios, y lo consiguió. Después, si te he visto no me acuerdo. Lo más que hizo fue pedir en "mociones éticas" a los batasunos que se marcharan de los consistorios pero no planteó ninguna moción de censura para expulsarles. Ahora, tras el asesinato de Ignacio Uría, promete quitarles el gobierno pero se niega a emplear el instrumento más rápido del que dispone: disolver la corporación. Otra vez un paso hacia adelante y dos atrás. Es miedo y, al mismo tiempo, cálculo político. El presidente del Gobierno se comporta igual que los amigos de Ignacio Uría. Ellos siguen jugando la partida tras presenciar el asesinato de su amigo. Zapatero barajea las cartas a la espera de salir beneficiado en el próximo reparto electoral. Debería parar el juego, levantarse e irse directo a por los cómplices de los terroristas. Lo mismo que deberían haber hecho los compañeros de Uría. Pero tampoco lo hicieron.

Fotografía de Pablo A. Iglesias

Pablo A. Iglesias

Fundador de LaSemana.es

Doctor en Periodismo

Director de Información y Contenidos en Servimedia

Profesor de Redacción Periodística de la UFV

Colaborador de Cadena Cope en La Tarde con Ángel Expósito