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El ciego que nos trajo la luz

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura2 min
Opinión28-09-2008

Algunas fuentes populares nos informan de que el divino Homero, padre de La Ilíada y La Odisea, era ciego. Casi con seguridad eso no es cierto, pero la sabiduría del pueblo gusta más de las anécdotas -reales o no- que nos ayudan a entender una realidad o un personaje, que del puro dato objetivo y descontextualizado. Al común de los mortales nos inspira mucho más la imagen de un hombre ciego que hacía ver grandes batallas a los nobles de su tiempo que el dato de que Homero nació en la Jonia del siglo VIII a. C. Homero era un rapsoda (hoy diríamos un cuentacuentos), y creímos durante siglos que el primero de una estirpe de poetas épicos inspirados por las musas. Sólo hace unos años descubrimos que muchos otros le precedieron, aunque éste fue el primero que pudo escribir sus palabras, al haber importado la Jonia de entonces parte del alfabeto fenicio. Sabemos ahora, por lo tanto, que, más que un precursor, Homero es el fruto granado e insuperable de toda una tradición centenaria. Los poemas épicos, no obstante, nacen para ser relatados, no escritos. Así, la misma historia no resultaba nunca la misma, pues el poeta suprimía las partes que relajaban la atención del público, mejoraba y alargaba aquellas en las que sus oyentes contenían el aliento e improvisaba otras. El lugar de trabajo del rapsoda eran las fiestas de palacio de nobles y reyes y el contenido de sus historias, las grandes batallas de los bellos, nobles y valientes héroes de la Antigüedad. Con esos poemas, los ancianos recordaban y adornaban su pasado glorioso y los jóvenes aprendían los valores que les convertirían en personas de renombre y provecho. Gracias a las historias de Homero, “primer educador de la Hélade”, según Platón, el pueblo griego, formó, durante siglos, grandes hombres que amaban la virtud y de los que aún hoy tenemos noticia por sus logros: Tales, padre de la ciencia y de la filosofía; Solón y Pericles, artífices de la primera democracia; Hipócrates, patrono indiscutible de una Medicina al servicio del hombre; Sócrates, Platón y Aritóteles, fundadores del primer humanismo; etc. Las historias de las que se alimenta un pueblo dan talla de los hombres que forja ese pueblo. Por eso en tantas ocasiones nos lamentamos de la producción literaria, cinematográfica y, sobre todo, televisiva, de nuestro país. ¿Qué pueden aprender nuestros jóvenes de las series de televisión españolas? Nuestros guionistas ven demasiado bien qué es lo que vende, dónde está el morbo, cuál es el verso fácil. Tendrían, tal vez, que quedar ciegos para las cosas mediocres del mundo material, para empezar a ver, y para poder mostrarnos, lo que el ciego Homero: que “lo esencial es invisible a los ojos”, pero enseñable en las grandes historias. Allí donde un pueblo se nutre e identifica con las grandes historias que revelan la grandeza del hombre, surge ese eterno lugar donde la vida se ensancha.

Fotografía de Álvaro Abellán

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Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach