ROJO SOBRE GRIS
Podemos
Por Amalia Casado
2 min
Opinión23-06-2008
Un color: rojo. Un objetivo: ganar. Un grito de guerra: podemos. Un centro de operaciones: la Plaza de Colón. Qué bien lo ha hecho Cuatro. Hasta el último español que necesitaba renovar su televisión se habrá tirado de los pelos por no haberlo hecho en Media Market, que esta semana dispensa tickets regalo por el 25% del importe a quienes aprovecharon la promoción de la Eurocopa. Y una bandera: la española. En pocas ocasiones como ésta genera tan poca polémica, por no decir ninguna. La fuerza del fútbol y del deporte en general para generar adhesión e identidad común hace comprensible que los nacionalistas reivindiquen selecciones propias en torno a las que inyectar dosis de identidad nacional. Los símbolos son importantes para el hombre. Son vehículos de significado y de ideas a las que nos adherimos sin tener a veces más argumento que una experiencia satisfactoria de pertenencia. Pero lo que refieren, a lo que nos remiten y lo que transmiten puede ser verdadero o falso. Los símbolos pueden surgir como expresión de una realidad, pero también pueden crearse para manipular, precisamente por esa fuerza vinculante que no exige de nosotros un razonamiento, sino una experiencia positiva. Este fin de semana, además de que España haya logrado vencer la barrera psicológica de los cuartos de final con un poco de suerte y no sin mérito, el Partido Popular ha celebrado su Congreso Nacional, en medio de una crisis evidente e imposible de ocultar después de dos derrotas consecutivas en las urnas. Es verdad que el socialismo en España, de forma misteriosa, es capaz de convertir al partido adversario en símbolo de división, debilidad, falta de liderazgo, apolillamiento, luchas y ausencia de alternativas. El partido en el Gobierno no puede precisamente vanagloriarse de ser abanderado de unidad, sensatez, de proyecto común ni de horizontes ilusionantes para una España que parece dispuesto a romper, pero sigue teniendo a su favor que el Congreso Nacional del principal partido de la oposición no ha logrado entusiasmar a los militantes. José María Aznar, con su rapapolvo de gran estadista y verdadero hombre político, ha levantado más pasiones que las intervenciones del propio Mariano Rajoy. Quizás Rajoy consiga lo que cualquier demócrata en España está deseando: elevar el horizonte de los ideales para este país, una propuesta entusiasmante a la altura de lo que España es capaz de ofrecerle al mundo. De momento, la batalla tiene lugar entre dos tipos de mediocridades, que es el terreno de juego perfecto para el que mejor sepa manipular. Ganar, que fue el objetivo que Mariano Rajoy propuso durante el Congreso Nacional de su partido, puede ser el objetivo de un equipo de fútbol. La política exige un más alto ideal. Rojo sobre gris a nuestra selección, por recordarnos que podemos, por lo menos, intentarlo con todas nuestras fuerzas.
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Amalia Casado
Licenciada en CC. Políticas y Periodismo
Máster en Filosofía y Humanidades
Buscadora de #cosasbonitasquecambianelmundo