¿TÚ TAMBIÉN?
La antorcha
Por Álvaro Abellán
3 min
Opinión20-05-2008
Proclama León Felipe en Ganarás la luz que el poeta es una antorcha que recoge la llama perenne de los siglos y la custodia en la oscuridad de su tiempo hacia otra antorcha que proyecta e ilumina el futuro. Es quizá esa la vocación de poeta, de filósofo, de profeta, de hombre de bien, de padre y madre, de héroe, de santo. Todos los hombres de buena voluntad recogen el fuego mejor de su tradición, que es su hogar, y lo custodian, lo sostienen y alimentan con lo más valioso de su propio tiempo y con su propia vida y, finalmente casi consumidos por entero, lo donan a sus hijos, padres de la generación siguiente. “¿Regalo, don, entrega? / Símbolo puro, signo / de que me quiero dar. / Qué dolor, separarme / de aquello que te entrego / y que te pertenece / sin más destino ya / que ser tuyo, de ti, / mientras que yo me quedo en la orilla, solo / todavía tan mío. […] ¡Ah!, si fuera la rosa / que te doy; la que estuvo / en riesgo de ser otra / y no para tus manos, / mientras no llegue yo. La que no tendrá ahora / más futuro que ser / con tu rosa, mi rosa, / vivida en ti, por ti, / en su olor, en su tacto. / Hasta que tú la asciendas / sobre su deshojarse / a un recuerdo de rosa, / segura, inmarcesible, / puesta ya toda a salvo / de otro amor u otra vida / que los que vivas tú”. Pedro Salinas, en La voz a ti debida. La rosa de Pedro Salinas tiene un poco de la rosa de El Principito, con su vanidad y sus espinas. Tiene algo de la rosa de Romeo y Julieta, que seguiría siendo rosa aunque mudase el nombre. Tiene de rosa en el jardín su olor, su secreta vocación eterna y su anunciada caducidad, su belleza delicada y, sobre todo, una demanda callada que exige nuestros cuidados. La rosa de Pedro Salinas es lo mejor de sí, que es lo mejor que le dieron otros y lo mejor que puede donar. La rosa de Pedro Salinas es también, ¡él no lo sospechaba!, la antorcha que recoge el fuego de la tradición y que aspira a ascender, sobre su consumirse, a un recuerdo, memoria de quien la recibe. ¡La memoria! Parece poca aspiración para llama de los siglos salvada por antorchas con vocación de eternidad. Pero hay memorias y memorias. San Agustín, en su analogía del alma del hombre con la Trinidad, compara nuestra memoria con la persona del Padre, donde todo descansaba ya en la eternidad y donde todo volverá en la plenitud de los tiempos. Benedetti, agustiniano sin saberlo, denuncia que incluso “el olvido está lleno de memoria” y que “la verdad será, al final, que no hay olvido”. Entonces todos sabremos quién quiso ser antorcha, quién custodió y alimentó la llama con su vida; quién donó su fuego, su hogar, su rosa, lo mejor de sí y de siempre, a la generación siguiente; quién fue verdadero poeta, filósofo, padre, madre, héroe, santo; quién fue un hombre de buena voluntad. Sabremos, en definitiva, a quién debemos aquellos pequeños lugares donde la vida se ensancha, y quiénes serán los habitantes de esa definitiva Ciudad donde la vida siempre se ensancha, y se ensancha por siempre.