¿TÚ TAMBIÉN?
“Necesitamos mitos”
Por Álvaro Abellán3 min
Opinión13-04-2008
Carlos Pacheco es el primer español cuyos dibujos hacen leyenda en las multinacionales de super-héroes más importantes del mundo: DC Comics -donde dibuja a Superman- y Marvel, la Casa de las ideas -donde ha dibujado a los X-Men y actualmente se ocupa de los 4 fantásticos-. Aunque viaja de vez en cuando a Nueva York, trabaja desde su San Roque natal, y aun en la cresta de la fama conoce sus límites como dibujante: “No soy un cantautor, sólo miembro de una banda de rock, heredero de una tradición”. De ahí que no crea sus propios personajes e incluso que dibuje y algunos -como Superman- que no le agradan, pero de los que aprende mucho. En la simpática entrevista que le hace Juan María Rodríguez para el último Magacine de El Mundo, Pacheco -cuya obra con los X-Men conservo- rompe varios mitos que yo también condeno y reafirma uno respecto del que yo discrepo. Vamos con los que rompe: primero, ni él mismo ni el lector de tebeos se ajustan a la definición de freaky, sino a la de aficionados a un nuevo lenguaje que a medidos de siglo se llamó “el cine de los pobres” y que hoy, lamentablemente, ha quedado devaluado. Segundo: que en España se comercializa mucho tebeo regularcito de super-héroes y de manga y poco producto nacional, diferenciado y bueno -como antaño sí hacía Bruguera y hoy recordamos a Mortadelo, Rompetechos, Zipi y Zape, Superlópez-. Tercero: no es verdad que los super-héroes legitimen el imperialismo, el super-hombre o los valores conservadores. Hay héroes de todo tipo y condición y bastantes out-siders, por cierto. El mito que Pacheco reafirma y sobre el que yo discrepo es el de la fe en los superhéroes: “Yo soy ateo practicante, pero necesitamos mitos. Los super-héroes son un panteón laico en una sociedad multirreligiosa y encajan porque son intercambiables”. Su tesis es genial y recuerda a la situación histórica que precedió a la llegada de Cristo, cuando convivían en Roma Júpiter, Atenea, Ra y tantos otros, además de un pilar sin estatua cuya inscripción rezaba: “Al Dios desconocido”. Pero, desde la llegada de Cristo, la situación ha cambiado y por muy ateo que uno sea no puede hacer como si los últimos dos mil años de historia no hubieran acontecido. Ya incluso en tiempos politeístas, los dioses no eran sino héroes inventados sujetos al capricho del impersonal e inexorable destino -el verdadero y terrible Dios de la antigüedad-. Lo mismo ocurre con los que dibuja Pacheco y precisamente por ello, los super-héroes buenos y ateos no tienen más argumento para evitar matar a los malos que el clásico: “Si le matas, actuarás como uno de ellos”. Triste consuelo, pero el único en un universo donde gobierna el cruel destino o el índice de ventas; el único en un universo que ha conocido la ley del amor revelada por ese “Dios desconocido”, todavía desconocido, a pesar de que se revelara a sí mismo hace dos milenios. Si le hubiéramos reconocido, ni necesitaríamos de los mitos, ni nuestra mayor alegría sería el agridulce pseudo-triunfo de unos héroes inexistentes que, por más que lo intenten sus guionistas, no pueden escapar a su propia insatisfacción. El mundo del tebeo esbozado por Pacheco es, sin duda, un mundo apasionante, cuajado de impresionantes héroes y villanos, de una simplificada pero efectista metafísica sobre el bien y el mal, de buenos referentes sobre el sacrificio y la entrega y de dura condena al egoísmo y el afán de poder. Pero en ese mundo hasta los héroes viven angustiados por no saber que el Amor ya ha derrotado definitivamente al mal. En ese mundo uno puede evadirse o vivir la catarsis ante la tragedia de los personajes, pero jamás puede encontrar ese lugar donde la vida se ensancha.