ROJO SOBRE GRIS
Porque se pronuncia
Por Amalia Casado
3 min
Opinión10-02-2008
Un milagro de la naturaleza. Así definía mi madre a una de mis dos abuelas, que acaba de cumplir 101 años. No ve muy bien, ni oye muy bien ni camina muy bien, pero se vale por sí misma y, como dice mi madre, puede disfrutar aún de la vida; puede disfrutar en el pleno sentido de la palabra: no tiene dolores aunque a veces pase frío o se le hinchen un poco las piernas; puede comer por sí misma aunque cada vez tenga menos apetito; puede entretenerse en sus pensamientos, y hasta seguir la misa de cada mañana en la televisión. Mi otra abuela tiene 83 años, casi 20 menos. Pero está en el hospital compartiendo habitación con otras dos mujeres mayores que padecen dolencias graves, que gritan por las noches, que apenas se valen por sí mismas, y que comparten pasillo con otras tantas mujeres en iguales o peores condiciones. Mi abuela de 83 tiene cada vez más dolores, le quitaron el estómago, tienen que ayudarla para incorporarse y levantarse. No puede caminar. Le salen llagas en las piernas, no tiene nada de apetito y puede disfrutar mucho menos de las cosas de la vida que mi abuela de 101. Ahora, más bien, apenas puede disfrutar. A veces no puede ni escuchar. Desconecta. ¿Qué sentido tiene la vida de estas personas que sufren tanto? La pregunta es inevitable. Esta semana se celebra la Jornada Mundial del enfermo, y Benedicto XVI, nuestro Papa, ha escrito un mensaje con este motivo, como hace cada año, en el que nos invita a plantearnos el sentido del dolor y la misión de los cristianos con las personas que sufren. Nos dice Benedicto XVI dos cosas maravillosas. Que el deber del cristiano es salir al encuentro del que padece; no sólo al encuentro de su cuerpo dolorido y sufriente, sino al encuentro de la persona en su totalidad. El dolor es un misterio. El sufrimiento es un misterio. También es un misterio que la historia de la salvación culminara en lo que celebraremos después de esta Cuaresma: la muerte de cruz del Hijo de Dios. La resurrección y la vida eterna nos la conquista el Hijo de Dios con su paso por la cruz, lo que nos desvela que el encuentro con la persona en su totalidad del que habla Benedicto XVI pasa por darle un sentido al sufrimiento. Y ésta es la segunda cosa maravillosa del discurso de Benedicto XVI: que el dolor puede mitigarse y puede reducirse, pero no puede suprimirse y eliminarse. No puede esquivarse. Lo que verdaderamente cura y sana es aceptarlo y madurar en él, descubriendo un sentido al unir ese sufrimiento con el de Cristo en la cruz. Es un don. Es una gracia. Nadie dijo que fuera fácil, pero quien vive así afronta la muerte como el paso necesario a la resurrección y a la vida eterna: un momento gozoso, el momento justo anterior al encuentro con el Dios que nos ha creado. Y ése es el mensaje y la buena nueva: que Dios existe, que Dios nos ama y que nos escucha. Y que nos espera una vida eterna con Él, que es la felicidad. Rojo sobre gris a la Iglesia Católica, que se pronuncia sobre todo lo que le afecta al hombre, que regala a quien desee escucharlo un mensaje único y original con el que la existencia entera, a pesar de sus dificultades y sufrimientos, adquiere sentido.
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Amalia Casado
Licenciada en CC. Políticas y Periodismo
Máster en Filosofía y Humanidades
Buscadora de #cosasbonitasquecambianelmundo