¿TÚ TAMBIÉN?
¡Bravo, obispos!
Por Álvaro Abellán5 min
Opinión10-02-2008
Marcelo Pera, ex-presidente del Senado de la República de Italia y agnóstico reconocido: “El laico no tiene por qué rechazar el pensamiento religioso. El cristianismo en Europa es un hecho histórico incontestable, algo que no se puede negar. ‘Y un árbol sin raíces, se seca’. […] Los valores liberales y democráticos nacen del cristianismo. Por tanto, todos los demócratas deberían estar atentos a esos valores de la tradición que dio origen a Europa y a la cultura occidental. Defender los valores propios de la tradición judeo-cristiana es un deber de todos, porque la democracia necesita fundamentos sólidos, compartidos por todos los ciudadanos”. Son fragmentos de un artículo aparecido en La Razón, el 18 de enero de 2008, en los que Pera recuerda las tesis contenidas Sin raíces, un libro-diálogo al alimón con el entonces cardenal Joseph Ratzinger, fruto de una sorprendente coincidencia de ideas sobre “la crisis de Europa” analizada desde diversos ámbitos. Tesis y diálogo, por cierto, con los que también coincidió Jurgen Haberlas -agnóstico y referente esencial de la sociología contemporánea- en un encuentro en Munich, en 2004. Sobre esos “fundamentos sólidos” y lo que de ellos se sigue habla la criticada carta de los obispos españoles Ante las lecciones de 2008 que tantos ríos de tinta ha provocado estos días -y que casi se limita a recordar el magisterio tradicional y el documento que ya publicaron: Orientaciones morales sobre la situación actual de España-. El sentido y oportunidad de esta carta, desde el punto de vista político -que no partidista ni electoralista- es el revelado por Pera y el ya expuesto por Sarkozy en un fabuloso discurso comentado en estas páginas: la ética política -en peligro de equivocarse por su vinculación a las urgencias y cambios de la vida y por los intereses partidistas y electoralistas-, encuentra un tesoro en el diálogo -no vinculante, pero orientador- con la ética religiosa -cuyos fundamentos eternos e inmutables nada tienen que ver con el oportunismo, sino con la vida bienaventurada ya en esta tierra y, sobre todo, en “el Renio que no es de este mundo”. Es decir, que los obispos, respecto de unas elecciones donde se ha de votar a quien nos gobernará durante cuatro años, recuerdan a sus fieles y a todos los que quieran escucharles los criterios que consideran oportunos -o desafortunados- para alcanzar el bien común de los hombres y también para el cuidado de su alma en la vida futura. Incluso Pedro J. Ramírez, nada sospechoso de connivencia con el catolicismo, tocó este asunto al morir Juan Pablo II, cuando en su carta del director de aquel lluvioso domingo sostuvo que todos echaríamos de menos a aquel atleta del espíritu que, dejándonos actuar en conciencia y libertad, nos recordaba con un tirón de orejas cuándo los hombres inaugurábamos un camino que no traería ningún bien para la humanidad. Cuando media Europa empieza a hacer las paces con su tradición, no para volver a la Edad Media ni para convertirse al fervor de la práctica católica, sino para recuperar las raíces culturales sin las cuales es imposible sobrevivir, llama la atención que en España andemos en discursos decimonónicos o, peor, de pre-guerra civil: demonizando al clero y a la Iglesia, exigiendo que se encierren en sus sacristías y que guarden lo que piensan para sus conciencias o, casi peor, acusándoles de electoralismo por recordar, sencilla y llanamente, lo que la Iglesia ha recordado siempre. A los que mandan callar a la Iglesia ya han respondido los verdaderos defensores de la libertad de expresión, sin salir siquiera de la lógica electoralista: cada organización, sea del corte que sea, puede pedir el voto de sus fieles para quien le de la gana, especialmente cuando lo hace con criterios razonadamente expuestos. Y punto. Hay otros que, admitiendo que la Iglesia pueda expresar su opinión política, juzga el comunicado de acierto o error -eso es lo de menos- desde una lectura limitadamente electoralista, ignorando el sentido que los propios obispos pretenden dar a la nota. Como si la nota de los obispos fuera una maniobra política encaminada a controlar los poderes de este mundo, o como si Rouco fuera el Cardenal Richelieu. Pero el hecho es que, si analizamos en serio la nota, si juzgamos sólo después de haber entendido, comprenderemos que la nota es dura con el PSOE, pero también con el PP, pues condena -como condenaran notas anteriores en elecciones anteriores- políticas ya puestas en práctica por los populares y otras que actualmente están en su programa. Incluso AES, partido que se jacta de ser el único con “los verdaderos principios” expuestos por la doctrina social de la Iglesia, debería darse por aludido cuando los obispos recuerdan en su carta la obligación de respetar a quienes piensan de otra manera. Juzgar y condenar sin haber entendido es una práctica extendida en nuestro tiempo que tiene un origen: mucho amor a los criterios propios y desprecio y falta de respeto por los ajenos. El discurso de los obispos, preocupado, por supuesto, por lo que ocurra en esta vida, tiene más que ver con “el Reino que no es de este mundo” y sólo así puede entenderse. De ahí que, después de todas las críticas recibidas, los obispos podrían contestar a quienes entienden que la vida empieza y acaba en una ideología o en unas elecciones: “vanidad de vanidades, todo es vanidad”. Pero no lo harán: se dedicarán a tratar de explicar lo dicho incluso a quien no lo quiere oír, porque ejemplificando el contenido de su propia carta, respetan a sus enemigos más de lo que sus supuestos amigos hacen con ellos. “Amar al enemigo” y respetar al contrario es una de esas tradiciones judeo-cristianas de la que no quieren oír ni hablar los que juzgan lo ajeno sin querer entender. Es una de esas tradiciones que yo abandero rescatar con Pera, Habermas, Sarkozy y tantos otros creyentes, ateos o agnósticos. Porque es una de esas tradiciones que, venga de donde venga, nos permite edificar ya aquí, en la tierra, esa ciudad donde la vida se ensancha.