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ANÁLISIS DE SOCIEDAD

Caerse del caballo

Fotografía

Por Almudena HernándezTiempo de lectura1 min
Sociedad20-01-2008

Nunca conoció a quien cambió su vida, pero un buen día decidió arriesgarse y apostar sus días por una buena causa, trabajar por ello, entregarse. Así se convirtió en lo que no había sido hasta entonces, la persona que cada uno es capaz de ser cuando avista la verdad trasparente, tal cual es, sin maldad. Pero para ello tuvo que ocurrir algo. Dicen que se cayó del caballo. Es más, nos ocurre constantemente a todos. De distinto modo, en diferentes circunstancias, en momentos diversos. Cuando menos lo esperamos nos pegamos el batacazo, nos caemos, nos abrimos la cabeza y al intentar levantarnos nos sentimos mareados, perdidos, lo vemos todo de otra forma. Aunque duele, está bien eso de caerse del caballo una y otra vez. Así maduran los hombres, así se aprende, así se construye la persona en esa vertiente escondida que nunca antes había llegado a hacer ver al mundo sus posibilidades de hacer el bien. Caerse del caballo implica tocar el suelo, hacerse alguna que otra herida, masticar el polvo del camino, clavarse piedras en la espalda, sentir el hierro de los cascos del equino en nuestra frente y el escozor de la mordedura de una serpiente y mancharse las manos arañadas con barro y escrementos. Caerse del caballo implica dar sentido al sufrimiento y vivir, descubrir la pequeña florecilla que sobrevive en la cuneta, avistar la higuera junto al camino por el que escapó nuestra desertora montura, notar el aire en las mejillas y el sol en las pupilas, llorar, pensar, ser. Dicen que Pablo de Tarso nunca conoció a ese Cristo por el que entregó su vida tras caerse del caballo, pero ayudó, con su ejemplo, su leyenda o su historia a que muchos supieran caer de los no pocos equinos que cabalgan en nuestra vida.

Fotografía de Almudena Hernández

Almudena Hernández

Doctora en Periodismo

Diez años en información social

Las personas, por encima de todo