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ANÁLISIS DE ESPAÑA

El árbitro que no pita

Fotografía

Por Alejandro RequeijoTiempo de lectura4 min
España06-01-2008

Siempre había sido algo más propio del pueblo llano eso de inventar historias más o menos verídicas sobre el Rey de turno con el objeto de criticar, ensalzar y en definitiva entretenerse a costa de la figura inaccesible, casi imaginaria del monarca. Esos chascarrillos reales solían terminar colándose entre los infranqueables muros de palacio hasta llegar -más o menos suavizados- a oídos del protagonista. Pero, por lo general, estos comentarios no solían tener respuesta directa. O si, depende del carácter y la capacidad para encajar los golpes del ocupante del trono. Recién estrenada la setentona, el Rey don Juan Carlos ya está más que curtido en toda clase de comentarios, tanto afines como contrarios. Nació en el exilio, donde vivió durante algunos años. Ya en España, tuvo que soportar menosprecios y burlas tanto dentro como fuera de palacio. Incluso al recibir el testigo cedido por Franco, su papel no terminaba de convencer ni a unos ni a otros. Con todo esto, el Rey se ha terminado forjando un carácter campechano y cercano al que parece que poco le afectan las críticas. Pero una cosa es lo que parece y otra muy distinta lo que es. Quienes rodean al Rey dicen que verdaderamente le molestan los comentarios en su contra, las banderas republicanas en las manifestaciones o las actuaciones más o menos veladas que atacan su figura. Pero a pesar de todo don Juan Carlos nunca tiene respuesta directa a este tipo de comportamientos subversivos que opta por sufrir en silencio. Una revista satírica abrió la veda del annus horribilis de Don Juan Carlos con una viñeta de los Príncipes de Asturias haciendo la postura del perrito. Pero desde la Casa Real no se emitió ningún tipo de reacción. Fue el pueblo llano el que se guisó y comió la historia. Vimos, leímos, reímos, luego nos indignamos y al final terminamos sancionando la broma. Todo sin ninguna clase de intervención monárquica. Por las mismas vías se ensalzó a categoría de catarsis nacional la quema de fotos reales por parte de grupos minoritarios de niñatos que también acabaron en los tribunales. Portada en todos los medios de comunicación y tema de conversación en todos los cafés y, sin embargo, este hecho tampoco obtuvo respuesta alguna del Rey. Tuvo que aparecer un líder bolivariano para que los españoles viésemos al jefe del Estado fuera de sus casillas. Y gustó. El “por qué no te callás” ya ha sido elevado a los altares de las frases célebres, y para bien. Porque la reacción de un Rey humano, hasta las narices y con la mala leche suficiente para espetar un exabrupto semejante convenció a la mayoría. Lo que se pregunta uno es cuantas veces habrá hecho lo mismo don Juan Carlos ante al televisor de su casa. Escuchando a Carod Rovira, a Llamazares o ¿por qué no? a Zapatero o Rajoy. De lo que no cabe duda es que 2007 ha sido un año turbulento para el Rey. Demasiado tiempo en la picota por cuestiones negativas y, sin embargo, su popularidad parece haberse visto reforzada. Quienes le defienden, ensalzan la excelente capacidad de arbitraje del monarca. No obstante esta opinión acepta algunos matices importantes: Un árbitro es un agente sin el que, efectivamente, no se podría desarrollar ningún deporte y por lo tanto una figura esencial. No obstante, también es una persona que conoce –o debe conocer- el reglamento a la perfección y en función de éste actuar aplicándolo sin excepción. Pero sobre todo debe sancionar a aquellos que lo vulneren. El Rey conoce a la perfección el reglamento recogido en la Constitución, pero de ahí a que lo aplique sancionando con sus palabras a quienes se lo saltan hay un trecho. Las palabras de Don Juan Carlos en todos sus discursos son igual de claras que hace 30 años, sin ninguna variación. Pero esta repetición constante, además de ser un ejercicio de coherencia poco usual en los tiempos que corren, ha terminado derivando en un arma de doble filo. Más que de arbitraje, la posición del Rey ha terminado siendo de equidistancia. Como la de ese abuelo que ya no quiere líos con nadie y se limita a repetir desde su sillón lo que decían en su época cuando todo encajaba a la perfección. Ante esto, los políticos, que no están cansados de dar guerra sino todo lo contrario, se aprovechan de esta situación para interpretar a su gusto las palabras del Rey. Así, pese a que don Juan Carlos pide respeto por la Constitución y las víctimas de ETA, Zapatero sigue adelante con su Estatuto de Cataluña o su negociación con la banda. Y como el Rey no dice nada concreto, por la misma regla de tres, Rajoy sigue alimentando su discurso de “España se acaba, esto no se toca, en el salón no se juega…” Es por ello que la función de árbitro del Rey deja mucho que desear pues, en lugar de aplicar el reglamento sancionando y sacando tarjetas a quien se lo merezca se desentiende del juego y deja que unos y otros se den patadas en lugar de propiciar que ruede el balón. Al final un partido tosco y violento hasta el hastío en el que los dos contrincantes se van calentando más y más ante la incapacidad del árbitro para poner orden. Al final, como siempre, el más perjudicado el público.

Fotografía de Alejandro Requeijo

Alejandro Requeijo

Licenciado en Periodismo

Escribo en LaSemana.es desde 2003

Redactor de El Español

Especialista en Seguridad y Terrorismo

He trabajado en Europa Press, EFE y Somos Radio