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SER UNIVERSITARIO

La Iglesia, en su sitio

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura3 min
Opinión06-01-2008

La celebración por la familia cristiana celebrada el pasado 30 de diciembre en la Plaza de Colón (Madrid) ha provocado un debate interesantísimo, hurtado a la opinión pública desde la llegada de la Democracia y que, todavía, aparece lastrado de malentendidos y tópicos por casi todos los interlocutores, especialmente políticos y periodistas: ¿Pueden los obispos defender o condenar públicamente determinadas políticas o legislaciones? La primera y clarividente respuesta a esta pregunta es: sí. Claro que pueden, en eso consiste la democracia, en poder expresar libre y públicamente ideas, convicciones y credos -con las limitaciones que la ley considere oportunas-. De ahí que las reacciones destempladas del superfluo Pepiño Blanco y del PSOE en general -con su manifiesto de título cañí y torrentero de “Las cosas en su sitio”-, sean lo más bajo, estúpido e insustancial de todo el debate. Es más: son argumentos tan zafios que más que a aportar ideas, parecen encaminados a distraer la atención de los verdaderos debates que deberían ocuparnos hoy y que el Gobierno socialista procura olvidar: paro, caída del indicador de confianza de los españoles, inflación histórica en los productos de consumo básicos, frenazo en el crecimiento económico. Por no hablar de la aún coleante política antiterrorista -y el aniversario del “Dentro de un año estaremos mejor que hoy”, a 24 horas del atentado terrosita de ETA en la T-4 de Barajas-. Eso sí, mientras Otegi sigue siendo un “hombre de Paz”, la Iglesia “ha atacado los fundamentos de la democracia”. Pero el fantasma de la dictadura planea sobre la memoria histórica de algunos. El ministro Bermejo -como el corsario escarlata- nos tiene acostumbrado a usar las palabras como cañonazos: dijo haber visto al “nacional-catolicismo”. Para evitar semejantes etiquetas, muchos maricomplejines callaron su verdadera opinión al respecto. De ahí que incluso algunos hombres medianamente sensatos hayan defendido el derecho de la Iglesia a hablar de estos temas, pero han criticado las formas: “Esto está bien en la sacristía, no en la calle”, argumentan. Pero esto es confundir los planos. Ciertamente resulta perjudicial -no ya para la sociedad, sino para la propia Iglesia-, que los obispos se ocupen del gobierno de cosas temporales. Pero la Iglesia no puede renunciar a su orientación moral sobre las cuestiones eternas: dignidad de la persona, sus derechos a ser concebida y educada en el seno de una familia y la defensa de la familia -lo que se ha llamado familia en occidente durante miles de años, antes y después de Cristo- como institución primaria de toda sociedad. Tampoco puede renunciar a proponer su modelo de vida, que evidentemente se ve afectado, para bien o para mal, por las diversas medidas políticas y legislativas. Y debe hacerlo, antes que en la sacristía, en la calle. También los obispos, y sin tarima: codo con codo con sus fieles. Así fue siempre y nunca debió dejar de serlo, aunque la prudencia que marcó a todos en la Transición española, y por los motivos ya dichos, nos ha evitado rescatar esa imagen antes. Cabría recordarle al PSOE que los primeros teóricos de la democracia tal y como la entendemos hoy fueron pensadores cristianos. Cabría recordarle al PSOE que los teóricos del totalitarismo y la revolución sangrienta en el último siglo han sido, precisamente, los socialistas y comunistas. Si la Iglesia tiene un sitio, desde el momento de su fundación hace 2000 años, ese es la calle. Y en la calle, en los caminos, en las plazas públicas, es donde el cristianismo nace, se desarrolla y tiene sentido. Y su mensaje es también público, anunciado a todas las naciones y todos los hombres, tal y como celebramos cada 6 de enero, Epifanía (manifestación) del Señor. Anunciando y proponiendo, que no obligando. Porque la Iglesia hoy, a diferencia del Gobierno socialista, propone, no impone. Y orienta, no adoctrina. Así que, efectivamente, “las cosas, en su sitio”. Y la Iglesia, por vocación, -lo diga la constitución o no, no sería la primera vez que cristianos murieran ajusticiados por no plegarse a leyes injustas-, predicando en cada esquina. Así sea.

Fotografía de Álvaro Abellán

$red

Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach