SER UNIVERSITARIO
¿Recuerdas aquellos tiempos?
Por Álvaro Abellán2 min
Opinión25-11-2007
En aquel tiempo, podíamos detener las cosas con un simple “No se vale”; y se podían rectificar todas con un “Empezamos otra vez”. Hacer una montaña de arena, construir una cabaña o dirigir un pelotón de ciclistas reducidos a una chapa de trina era el mejor modo de invertir el día y teníamos el poder de salvar a todos nuestros amigos con un sencillo “Por mí, por todos mis compañeros y por mí primero”. Nos conocíamos mejor a nosotros mismos cada vez que alguien nos retaba: “¿A que no te atreves a…?” y forzábamos nuestro cuerpo y corazón al máximo cuando escuchábamos un “Tonto el último”. Ser capaces de llevar una bici sin ruedines era el reto para ser “mayores”. La única temible desilusión ocurría -y no duraba mucho- cuando los capitanes, a pares y nones elegían a su equipo y resultábamos ser los últimos. “Polis y cacos” era un juego de recreo -y molaba más ser caco-; los globos de agua, el arma más terrible; mientras que una guerra sólo significaba arrojarse tizas y bolas de papel cuando el profesor nos daba la espalda y escribía en la pizarra. El mayor negocio consistía en cambiar algunos de esos 10 cromos repes por ese otro que nadie tenía y la mayor victoria era encontrar una piedra rara que, a ser posible, dejara marcas en el suelo con las que diseñar algún juego. Estas, y otras cosas -que llegaron vía mail de una buena prima-, son tal vez nuestros mejores recuerdos de infancia. Quizá algunos podamos revivir este tiempo con nuestros hijos, si un día llegan. Lo que sin duda está en nuestra mano es rescatar aquella actitud. Un buen amigo me contaba, a raíz del llano y posterior risotada de su hijo, la capacidad que tenemos los hombres para superar el dolor. O mejor: la capacidad que teníamos, cuando niños, antes de que entráramos a racionalizarlo, engordarlo con elucubraciones absurdas, problematizarlo. El dolor merece un luto, si duda, y eso los sabíamos también los niños. Pero merece sólo el luto que merece; y cuánto, cuánto, le robamos, absurdamente, a lo que se merece la alegría.