SER UNIVERSITARIO
Amor a la patria
Por Álvaro Abellán
3 min
Opinión29-07-2007
Hasta a Zapatero le ha dado ahora por el amor a la patria y a la Constitución, todo sea por defender la Educación para la Ciudadanía (EpC) de los peligros de la fe católica. Pero nuestro presidente por atentado confunde, una vez más, todos los términos. En primer lugar, porque quienes nos oponemos a la EpC no lo hacemos por nuestras creencias religiosas, sino porque no queremos que el Estado nos imponga a todos la creencia religiosa en el Dios-Estado. Eso es precisamente la EpC: una asignatura que iguala ley y moral y, por lo tanto, coloca al Estado como el poder y la instancia moral absoluta. Se equivoca Zapatero, en segundo lugar, por defender la EpC en nombre de la Constitución, pues la asignatura atenta contra el derecho constitucional de los padres a elegir la educación moral de sus hijos. Se equivoca Zapatero, en tercer lugar, porque si algo atraviesa de principio a fin la historia de nuestra patria no es ni el socialismo, ni la I y II Repúblicas, ni su abuelo, ni la Constitución del 78, sino la fe católica, contra la que una vez más arremete. Si pudiéramos echar un vistazo a nuestra historia abandonando nuestro pesimismo, nuestra autocrítica exacerbada y autolesiva, nuestros complejos y prejuicios y tanta historiografía ideológicamente manipulada, veríamos con claridad qué atraviesa luminosamente nuestra historia. Repasemos nuestras grandes gestas sin prejuicio: la unidad de los pueblos íberos, el frenazo a la expansión del islam y la Reconquista (la única que ha padecido jamás el islam), el descubrimiento de América, la Reforma católica frente al puritanismo protestante… Miremos a nuestros grandes y patronos y veremos cuáles eran sus valores: Isidoro de Sevilla, Alfonso X, el Cid, Isabel y Fernando y una docena de descubridores, Francisco de Vitoria, Íñigo de Loyola y Francisco Javier… No se trata de ser o no católicos, de practicar o no una fe determinada. Se trata de reconocer que los valores que nos constituyen como patria tienen su origen en la fraternidad cristiana; en el defender frente al mundo que todos los hombres, razas y pueblos son iguales en dignidad -se lo debe la humanidad a Fray Francisco de Vitoria-; en el saber que nuestro honor se mide por los ideales que defendemos y no por nuestras riquezas; en conseguir que cualquiera, venga de donde venga, sienta la hospitalidad y el calor de nuestras tradiciones, gastronomías y hogares. Este modo de ser ni se da en todos los pueblos ni se dio siempre en la Península. ¿Sabemos de dónde viene? Tampoco se trata de amar nuestra patria acríticamente o de compararla con otras y vernos superiores. Dejemos eso para los nacionalismos trasnochados, que se sustentan en el egocentrismo patológico. Sencillamente, veamos nuestra patria como a nuestros padres, con sus virtudes y sus defectos, pero, en cualquier caso, nuestra familia. Llegan las vacaciones. Las vacaciones no son para olvidarnos del mundo sino, más bien, para re-encontrarnos con él. Seguramente viajaremos. Sea por esta tierra o por el extranjero, es una buena oportunidad para llevar nuestra patria con nosotros -tal vez bajo el brazo o en la maleta y en forma de libro-. Pensemos en nuestra patria. En sus valores y sus raíces. En definitiva, en quienes somos. Porque no hay identidad sin memoria, ni futuro sin identidad. Y nuestra memoria empieza en nuestra historia; y nuestro futuro, empieza hoy. Querido lector, deseo de su verano lo mismo que del mío: que no sea un cementerio de días; y que le sirva para ser más usted mismo, ahora que es completamente dueño de su propio tiempo. Yo disfrutaré de mi familia, pero me llevo también un par de libros, bien escogidos, bajo el brazo.