ORIENTE PRÓXIMO
Hamas, de la base social al cisma en Palestina
Por Miguel Martorell
4 min
Internacional22-07-2007
No hace tanto que el nombre de Hamas -en su vertiente política, social y militar- era sinónimo de esperanza para los pobladores de Palestina. Cuando el Movimiento de Resistencia Islámica ganó las elecciones legislativas de enero de 2006, lo hizo democráticamente y con un amplio respaldo del pueblo. Sin embargo, en poco más de un año, Hamas ha demostrado ser un movimiento lastrado por su inmovilismo y sus ansias de poder, y poco dispuesto a dar pasos reales hacia una solución del conflicto que asola Palestina desde hace décadas.
Para entender los motivos por los que el brazo político de Hamas -la lista Cambio y Reforma- obtuvo la mayoría absoluta en las elecciones legislativas que se celebraron a finales de enero de 2006, cabe tener en cuenta dos factores: la corrupción endémica de la que siempre ha hecho gala Al Fatah y la labor social de Hamas en los territorios palestinos. El día de la cita con las urnas, la Autoridad Nacional Palestina, encabezada ya por su actual presidente, Mahmud Abbas, era, a ojos de la población palestina, una organización corrupta cuyos líderes permanecían aislados de los problemas de una sociedad machacada y aislada por Israel, además de económicamente pobre. Al Fatah era un movimiento que llevaba demasiado en el poder y que permanecía desde hace tiempo estancado, sin ningún tipo de capacidad para sacar adelante a los palestinos o dibujar un futuro más esperanzador. Por contra, Hamas y su brazo armado -las Brigadas de Izz ad-Din al-Qassam- se erigieron como una vía alternativa a Al Fatah. Hamas llevaba mucho tiempo ejerciendo una importante labor social entre los palestinos: de ayuda económica al pueblo, especialmente a los familiares de sus militantes caídos en su guerra contra Israel; de educación en sus madrazas; y, sobre todo, con un programa político que suponía, con sus luces y sus sombras, un camino que podía traer cambios. Viendo la importante fuerza que estaba cobrando Hamas en Palestina, Estados Unidos, Israel y la UE vieron que incorporar al Movimiento de Resistencia Islámico a la política podría ser una forma de acabar con una parte muy importante de los ataques contra el Estado hebreo. Sin embargo, no podían prever que la lista Cambio y Reforma se haría con la mayoría absoluta en aquellas elecciones legislativas de enero de 2006. Hamas en el poder Con su amplia victoria en las urnas, apareció una nueva forma de poder bicefálico en Palestina. Por un lado la Autoridad Nacional Palestina, liderada por el presidente Abbas y sus afines de Al Fatah, y por otro el Gobierno, con el primer ministro Ismail Haniya y sus seguidores de Hamas -aunque de facto, el poder real recae en los líderes del Movimiento en el exilio-. El rechazo de Hamas a reconocer el Estado de Israel y abandonar la lucha armada contra éste motivaría entonces que la Comunidad Internacional, que se encontró que tenía en las manos una bomba de relojería, congelase cualquier tipo de ayuda a Palestina. En los territorios ocupados, la población percibió esto como un boicot internacional a un gobierno legítimo y elegido libremente por los ciudadanos. Sin frenar sus ataques contra Israel -con la única excepción de una frágil tregua decretada en diciembre de 2006 y rota en mayo de 2007- Hamas comenzaría entonces una lucha contra Al Fatah por el control de las Fuerzas de Seguridad palestinas. Los enfrentamientos armados entre ambas facciones se sucederían durante meses en las calles de Gaza con centenares de muertos y otros tantos heridos. El Gobierno de unidad nacional sería la única esperanza de tregua entre palestinos, pero estaba abocado desde el principio a un fracaso estrepitoso: ni Hamas ni Al Fatah estaban dispuestos a perder la porción de poder que habían conseguido, ni mucho menos a ceder al contrario el control de las Fuerzas de Seguridad. Aunque el cisma de los territorios palestinos en Gaza y Cisjordania pudo ser visto como un golpe de Estado encubierto, lo cierto es que no fue más que la eclosión de una situación que venía prolongándose demasiado tiempo. El odio entre facciones derivó en una limpieza de los territorios que uno y otro ocupaban. Hamas, cuya labor y apoyo social residían en Gaza, acabó con los milicianos de Al Fatah en la Franja, y los hombres de Abbas hicieron lo propio con Cisjordania, donde la ANP tiene sus instituciones. Palestina profundizó así en una situación que ningún palestino quería: un Estado con dos territorios separados, pero a partir de entonces enfrentados. Hamas contra la ANP Pese a que el enfrentamiento entre Hamas y la ANP se ha hecho evidente en los últimos meses, lo cierto es que es una situación que viene de lejos. El Movimiento de Resistencia Islámica ya vio cómo a un líder débil al histórico dirigente Yasir Arafat, por haber aceptado la existencia de Israel y por haber negociado con el Estado hebreo. Esa visión de Arafat como un traidor a la causa palestina de unos territorios palestinos libres del Estado israelí se evidenció en los ataques que los milicianos de Hamas llevaron a cabo contra la residencia del rais en su toma de Gaza, muy criticados por los muchos seguidores de Arafat. La oposición a Al Fatah de los simpatizantes de Hamas ha sido heredada por Abbas, quien se ve debilitado ante ciertos sectores palestinos de corte más ortodoxo cada vez que se reúne con el primer ministro israelí, Ehud Olmert, o recibe trato de favor por parte de éste. Si a lo anterior se añade que Hamas es un movimiento con unos principios islamistas más ortodoxos -o fundamentalistas- que los de Al Fatah, se comprende que la liberación de más de 250 presos palestinos por parte de Israel se vea como un signo de debilidad de Abbas ante el invasor y se entenderá que toda solución al conflicto palestino-israelí pasa por recuperar -o moderar- la base social que un día vio en Hamas una salida al estancamiento de su situación de pueblo pobre y exteriormente controlado.