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ANÁLISIS DE ESPAÑA

Aquella foto

Fotografía

Por Alejandro RequeijoTiempo de lectura3 min
España15-07-2007

Hace algo así como dos años, la Casa de América de Madrid inauguró una exposición fotográfica con cerca de doscientas imágenes reunidas bajo la temática del terrorismo. En las paredes de aquella sala colgaban fotos relacionadas con la barbarie terrorista de ETA y el fenómeno del islamismo, todavía latente por el 11-M. Había de todos los tipos y tamaños. En blanco y negro y en color. Antiguas y más recientes. Históricas como la del atentado a Carrero Blanco o anónimas como casí todas las demás. También había algunas de extrema dureza como las de aquellas vías de Atocha después de las explosiones. Cadáveres cubiertos con mantas. Vidas destrozadas por la sinrazón. Todas las fotos trascendían más allá de la imagen y devolvían a uno a aquel día, en aquella calle cualquiera. Se podían escuchar los gritos de pánico que preceden al estruendo de un coche bomba, el ruido de ambulancias, las radios de la policía, el sonido de un teléfono móvil que suena por la llamada de ese familiar que nunca más volvería a tener respuesta. Pero de todas las historias allí expuestas había una que llamaba especialmente la atención por la dignidad y el coraje que representaba. La foto era pequeña, no sobresalía entre las demás. Se hacía hueco en un rincón, ni siquiera tenía reservado un lugar especial dentro de la exposición. Pero era mejor así. Este detalle, lejos de restarle importancia le daba si cabe más significado y valor, pues la foto reflejaba mejor que ninguna el significado de la lucha diaría contra el terrorismo. Una realidad que va más allá de la bomba o el tiro en la nuca. En ella se veía la plaza del Ayuntamiento de una pequeña localidad del País Vasco. No recuerdo el nombre del pueblo pero no importa. Podía ser Azkoitia, Renteria, Elgoibar... Sus protagonistas eran un grupo muy reducido de personas. Serían más de cinco aunque menos de diez. Demasiado fáciles de contar, de señalar, de perseguir. Y allí estaban. Semblante serío pero convencido. Con esa expresión del que ya ha sufrido demasiado como para seguir teniendo miedo. La plaza estaba desierta, tan solo ellos con su pancarta y su ikurriña. Sin renunciar a ser vascos. En frente, un edificio público en el que una bandera de ETA les recordaba que estaban solos. Abandonados a su suerte. Tampoco recuerdo la cuasa concreta por la que se manifestaban. De hecho tampoco me fijé. Da igual que fuese por Miguel Ángel, o por Iñaki, por María o por Javier. La razón es la misma. Exactamente la que refleja esa mirada serena, certera. Como la del que sabe que algo muy poderoso está de su parte y no tiene por qué temer. Quizá sea la verdad. Esa que diferencia a los que disfruntan viendo las caras desencajadas de los familiares de las víctimas, de los que salen a la calle armados únicamente que con unas manos pintadas de blanco. Hoy día más que nunca ese grupo de valientes, y como ellos muchos miles más, han sido relegados de nuevo al rincón del que empezaron a salir tras la muerte del joven concejal de Ermua. De nuevo en la soledad. De nuevo defenestrados a un papel secundario dentro de la exposición de declaraciones, acusaciones e insultos sin sentido en la que unos y otros han convertido la política antiterrorista. No obstante, igual que en aquella exposición, ellos siguen representando la lucha contra el terror mejor que cualquier foto espectacular, mejor que cualquier discurso acertado, mejor incluso que cualquier proceso de paz negociado. Es en ellos en quienes nació el Espiritu de Ermua y en quienes sigue vivo por mucho que a la clase política le interese recordarlo solo en ocasiones especiales. Y Ay de aquel que no se atreva a seguirlo. La verdadera oposición estaba y está en aquella foto. A partir de ahí, que cada cual aguante su pancarta.

Fotografía de Alejandro Requeijo

Alejandro Requeijo

Licenciado en Periodismo

Escribo en LaSemana.es desde 2003

Redactor de El Español

Especialista en Seguridad y Terrorismo

He trabajado en Europa Press, EFE y Somos Radio