SIN ESPINAS
La herida sangrante
Por Javier de la Rosa
2 min
Opinión17-06-2007
El efecto 2000 no volvió locos a los ordenadores sino a los hombres. La Humanidad no pudo dar peor bienvenida al nuevo siglo y al nuevo milenio. Todos pudimos ver cómo los hombres caían desde lo más alto como sacos inermes mientras sus mayores rascacielos mordían el polvo. Desde entonces la herida del mundo se ha abierto de nuevo; tan sólo unos meses después de cerrar el siglo más cruento de la historia “civilizada” cuyas dos guerras mundiales no han tenido tiempo de cicatrizar. El espanto neoyorquino sólo era el comienzo de lo que todos nos imaginábamos que iba a ocurrir después: alguien lo iba a pagar muy caro. Pero como siempre ocurre en este mundo terrenal, suelen pagar justos por pecadores. Esos justos son los miles, tal vez ya millones de niños, mujeres y hombres cuya sangre cae cada jornada en los campos de Iraq y Afganistán como el rocío. Este domingo, 35 personas más eran asesinadas en Kabul cuando viajaban en un autobús. No habían hecho más que peregrinar desde hace años por el cruento camino que otros han sembrado de odio y muerte; en vez de vida y amor. No hicieron ningún discurso sobre la guerra santa ni el escudo antimisiles, no les importaba un pimiento el concepto de seguridad nacional porque ellos no podían garantizar si quiera la de sus familias. Jamás esperaron poseer un barril de petróleo o la adjudicación de una contrata para reconstruir los edificios que la guerra destruyó. No vendieron un solo misil a precios multimillonarios para relanzar su industria bélica ni dedicaron su vida a adoctrinar hombres y mujeres bomba que malgastarán su vida arrebatándole a otras el don más precioso y preciado que Dios les regaló. Nuestro corazón occidental está helado ante esa realidad diaria. No nos toca lo suficiente para atragantarnos el bocado porque antes de que nos dé un vuelco el alma entera, el telediario ha pasado página y ya nos habla del último grito en telefonía móvil, en innovación culinaria o en moda de primavera-verano. ¿Qué podemos hacer más que aceptar esa terrible realidad? ¿Qué está en nuestra mano si esas guerras las hacen los poderosos? ¿Rezarle a Dios servirá de algo? ¿Nuestra oración podrá conseguir que Bush y los “halcones del Pentágono” encuentren una solución para cerrar la herida que abrieron? Nuestras plegarias conseguirán que un suicida se arrepienta justo antes de hacerse estallar cerca de un mercado o una plaza del centro de Mosul. Nuestros ruegos serán escuchados para que al menos un jeque saudita y un ayatolá iraní dejen de financiar el terrorismo y dediquen ese dinero a dar de comer a sus poblaciones. Si uno tiene fe en Dios, ¿será realista rezar para hacer algo por aquellos hermanos? Yo creo que Dios siempre nos escucha; es nuestro corazón lleno de ruido, intereses personales y deseos egoísta es el que se incapacita para escucharle a Él. Por eso, la herida sigue sangrando a borbotones. Aún así, Tú que siempre nos perdonas; escucha, Señor nuestras suplicas.
