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ANÁLISIS DE ECONOMÍA

En el umbral de la pobreza

Fotografía

Por Gema DiegoTiempo de lectura2 min
Economía03-06-2007

Mi amiga Eva suele decir, con humor e ironía a partes iguales, que vive “en el umbral de la pobreza”. Y es que después de pagar el alquiler del piso, la letra del coche, la gasolina para los viajes a casa y la comida, poco queda para salir, para viajar y para copas. Hablo de Eva por poner un ejemplo, porque su caso es similar al de prácticamente toda la generación de veinteañeros y treintañeros que analiza Espido Freire en su libro Mileuristas. Nos prometieron todo –viene a decir la escritora-; nos prometieron el éxito si estudiábamos. Nos inculcaron la necesidad del más y más: una carrera, otra, un máster, idiomas, estancias en el extranjero, informática, carnet de conducir, prácticas, cursos y más cursos, y al fin... Al fin, con currículos que cuesta horrores condensar en sólo dos páginas, los contratos y los salarios no son acordes a lo que habíamos soñado. El dinero no da de sí para mantener el nivel de ocio, de vida, de satisfacción al que nos han acostumbrado; y el trabajo tampoco es exactamente aquél que habíamos imaginado. A esto, añade Espido Freire, se suma la obsesión inculcada por la generación de nuestros padres sobre la importancia de conseguir una vivienda en propiedad. Y aquí justamente nace la esclavitud del mileurista: hacerse con el soñado piso supone emplear 700 de los 1.000 euros que tanto sudor, horas extras y festivos trabajados cuestan a costear las cuatro paredes. Y con 300 euros hay que comer, vestirse y sacar para caprichos. El 70 por ciento del sueldo; más de siete años de salario íntegro. Y con el Euribor en ascenso sin frenos. Nos prometieron todo y ahora somos esclavos de los contratos temporales, de condiciones de trabajo que nos saturan, del miedo a ir a peor si decidimos romper porque lo que tenemos no nos satisface, de las crisis empresariales y hasta en algunos casos de nuestros padres. Somos conscientes de que hay decenas de personas que se darían con un canto en los dientes por estar en nuestro lugar, pero nos sentimos frustrados porque percibimos en nuestra situación carencias insuperables y tocamos un techo que nos asfixia. Nos prepararon para considerar 20 años de estudios como la mejor inversión posible y ahora nos condenan a vivir en el umbral de la pobreza.

Fotografía de Gema Diego