CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR
Obras de calidad
Por Álvaro Abellán2 min
Opinión26-11-2001
La primera vez que un leído profesor explicó en clase que se dedicaba a la "literatura comparada" pensé que aquella debía ser una ciencia compleja, para auténticos profesionales del pasatiempo y la lectura, actividades que, a veces, se solapan. Imagino en aquel profesor la mirada bailona del Encuentre las siete diferencias, sólo que, en este caso, se gana encontrando similitudes y los objetos a comparar no son dibujos, sino palabras. Pero todo el misterio de esta a la vez nueva y antigua ciencia de la comparación, quedó desmitificado cuando decidí leer dos buenos libros a la vez. En el primero, La Voluntad, Azorín nos cuenta, desesperado, que "todo, todo rompe y deshace mi voluntad, que desaparece... ¿Qué hacer?... ¿Qué hacer?... Yo siento que me falta la fe" ya que "en el fondo, Azorín [personaje y autor] no cree en nada", ha perdido toda esperanza. En el segundo, George Steiner, el más reconocido estudioso de la cultura occidental, sostiene que "la esperanza es una inferencia trascendental. El sentido estricto de esta palabra se apoya en presunciones teológico-metafísicas. [...] El reaseguro metafísico es propio de una organización racional del mundo -Descartes debe apostar por la suposición [tener fe en ella] de que nuestros sentidos e intelecto no son juguetes de un engañador maligno-". Dos grandes textos, estos de Steiner y Azorín, que reconocen a la necesidad de una esperanza o fe que ilumine y dé sentido a la existencia: sin un sentido -camino- para a vida, la única solución coherente es el suicidio: vital o filosófico (Camus). Pero esta inflación del ego científico no me podía durar. Se me ocurrió coger un par de separatas de El País en las que leo a un convencido Ramoneda afirmar que "la lucha contra la intolerancia -el mal- no puede hacerse desde otra intolerancia -el bien-" y me pregunto: y si no es desde y por el bien, ¿por qué luchar? Y en otra página encuentro a un sorprendido Vicente Verdú, divagar que "la irracionalidad, la entrega a lo misterioso, parece un fenómeno de reacción contra el desencanto general del mundo". Como si no fuera precisamente el reconocimiento del misterio -podemos estar engañados- y la fe -suponemos que no- del razonable Descartes lo que hace posible cualquier construcción racional, cualquier búsqueda de sentido. "Querido Álvaro -me parece escuchar a mi profesor- olvídate de El País, sólo tiene sentido comparar obras de calidad; ¿leer otra cosa? Bueno... si es como pasatiempo...".